La pregunta suena absurda si se piensa que los británicos debieron esperar 77 años hasta que uno de los suyos volviera a ganar Wimbledon. Pareció cerca en los 90 y principios de la década pasada con Tim Henman, pero el inglés nunca fue capaz de superar las semifinales. Estuvo al alcance de la mano en aquella final de 2012 que le dio el último título de Grand Slam a Roger Federer y vio quebrarse a Murray en pleno discurso en el court central ante la consternación de su entonces novia y buena parte de la audiencia televisiva. Pero entonces llegó 2013, Murray fue campeón de Wimbledon, Fred Perry pudo descansar en paz y la deuda quedó saldada.
Murray vuelve a medirse hoy con Federer. Si gana, estará en su tercera final de Wimbledon. Cualquier detalle importa, obviamente también el apoyo de sus compatriotas, aunque el término tenga, en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, una connotación diferente a la que se asumiría en la Argentina. Si a eso se le suma una pregunta habitual en el circuito («¿Hay alguien al que le caiga mal Roger Federer?»), se entienden mejor las palabras del escocés tras derrotar el miércoles al canadiense Vasek Pospisil.
«Espero tener un buen apoyo el viernes. Es lo que sucedió durante todo el torneo y cada año que jugué aquí, pero Roger es extremadamente popular en cualquier lugar que juegue. Así que podría ser que no haya un ambiente de apoyo total como otros partidos que jugué aquí». Dicho más claramente: más allá de lo que suceda con los espectadores extranjeros, que son una clara minoría en el court central del All England, el británico Murray sabe que habrá muchos británicos apoyando al suizo Federer. Y lo acepta. O se resigna.
Escocés hasta la médula, la popularidad de Murray subió entre los británicos tras el oro olímpico de Londres 2012 y el título de hace dos años en Wimbledon. No era exactamente así nueve años atrás, cuando una breve frase («cualquiera menos Inglaterra») le generó las antipatías de un sector importante de los espectadores en el muy tradicional All England Club. Le habían preguntado por el equipo al que querría ver campeón en el Mundial de fútbol de Alemania 2006. Con cuatro selecciones -Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte-, los británicos son un caso único en el fútbol. Hay que tener un enorme cuidado con las bromas. Todo era mucho más sencillo en los tiempos de Henman, muy inglés, sí, aunque también muy poco ganador.
Murray es otra cosa. El año pasado escribió, horas antes del referéndum por la independencia escocesa, un ambiguo tweet: «¡Hagámoslo!». Los independentistas perderían, y de todos modos, Murray ya había comenzado a ganarse a los ingleses en 2012 al desplegar a sus espaldas una enorme «Union Jack» en el court central de Wimbledon con el oro olímpico colgando del cuello y «Héroes» sonando en la voz de David Bowie.
Federer, que viene de un país multicultural también, pero en el que esos problemas no existen, tiene una de las últimas oportunidades de su carrera de sumar un título de Grand Slam, porque Wimbledon es el escenario que más favorece su tenis. Su camino hasta semifinales fue impecable, aunque las últimas tres temporadas demuestran que es en las instancias decisivas donde encuentra sus límites. Un año atrás, sin jugar del todo bien, tuvo a Novak Djokovic, que jugará hoy la otra semifinal ante el francés Richard Gasquet, cerca de la derrota. Federer, que hasta el año pasado tenía un balance desventajoso en los enfrentamientos con Murray, ganó las tres últimas veces que se midieron y apenas cedió un set. Entrar al court central de Wimbledon es, para él, como moverse en el living de su casa: difícilmente se lo trate mal allí.
Fuente: http://canchallena.lanacion.com.ar/1809108-semifinales-wimbledon
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