Sin ningún tipo de piedad de declaré la guerra a mi parte enemiga,  era cruel y despiadada y no merecía más de mí que desprecio. No tenía sentido del tacto y no mostraba ningún tipo de benevolencia y cuando tirada en la cama me veía que lloraba sin consuelo, retumbaba en mi cabeza, su amarga voz diciendo: “todo esto fue tu culpa”. Cuando por fin lograba levantarme, entre risas la escuchaba nuevamente, “vas a volver a caer”.  Luché mucho contra ella, era fuerte y estaba bien armada, su lengua era más filosa que un sable y su peor pesadilla era mi felicidad. Llegué a odiarla pero eso le dio más fuerza, porque odiarla era odiarme y esa era precisamente su meta.

Pero un día repentinamente (no tanto en realidad), mientras me miraba en el espejo, la escuchaba diciendo: “estas más vieja, más gorda y más fea”. De tan  mala me causó gracia, y cuando me escuchó reír quiso atacar con más fuerza, pero ya no me hacía ni cosquillas. Mi risa me hizo más fuerte, resultó ser mi mejor arma y además tapó el sonido de su voz, y al volver a mirarme en el espejo no estaba más vieja, sino más sabia; no estaba más gorda, sino más fuerte; y tampoco estaba más fea, por el contrario, estaba increíblemente bella.

Y fue así como al fin aprendí a moldear aquella parte de mi y en vez de cruel y amarga, su voz se hizo más calma, le hablé de la empatía  y supo decirme las cosas con el criterio de la realidad y al amor de una amistad. Las dos soñábamos con la felicidad y de tan amigas nos encontramos juntas y su voz se hizo la mía.

Gané la guerra contra mi peor enemiga, y cuando domé su crueldad, la integré nuevamente en mi, y hoy me ayuda a tomar decisiones con cautela, a saber que frente a una disyuntiva siempre hay un camino bueno y uno malo, y aunque este sea el más fácil o el más divertido es seguro el que me lleva directo a llorar a la cama.

Para menos lágrimas y más sonrisas es mejor amigarse con uno mismo para poder después ser amigo del mudo.

Gentileza
Macarena Sánchez Navarro
Licenciada en Psicología
macasnavarro@gmail.com