Hablar de educación suena aburrido; no es un tema que tenga atracción para las mayorías; menos aún para los más jóvenes. Educación suele verse como estructura, forma, esquema, algo poco llamativo sin dudas y como sinónimo de educación formal (la escuela). Pero es mucho más que eso y es tan fundamental como que es la única posibilidad de ser de una sociedad.

Educar es sacar lo mejor que cada quien tiene en sí. Es propiciar y estimular las capacidades que todo sujeto trae y que la misma sociedad se encarga de anular. Educar es garantizar la calidad de existencia de las personas; darles oportunidad de ser.

Se dice que la educación comienza en la casa. Y sí; así es. Un pequeño comienza sus primeros pasos en la vida en su hogar; allí aprende a caminar, sus primeros balbuceos, sus primeras palabras; sus hábitos de convivencia; su amor  (o no) al prójimo, sus deseos de aprender más y más (o no).

Porque se aprende con los ejemplos; somos animales de imitación y, al principio el otro es nuestro espejo. Entonces en casa miramos, escuchamos e incorporamos nuestros iniciales  hábitos y habilidades sociales.

Y  luego, algo más tarde, aparece la escuela; la otra gran socializadora, el segundo hogar; las segundas y terceras madres y padres. Ellos continúan con ese proceso iniciado en los primeros días de vida. Estos padres y madres de la siguiente etapa pasan a ser los referentes de niños y jóvenes. Y quienes se asignan la responsabilidad de habilitarlos para seguir creciendo y desarrollándose; para convertirse en ciudadanos de bien. Y de eso se trata. Tan simple y tan complejo como eso. Convertirnos en ciudadanos de bien para continuar este cíclico y eterno proceso que se llama educar. Por eso promulgo desde este espacio: bendita sea la educación.

Gentileza

Alejandra Pili

Docente