El 10 aparece como una divinidad cuando el encuentro era del Bayern y decide para el Barça con dos goles y la asistencia del tercero a Neymar
Messi salta para celebrar uno de sus dos goles. / GUSTAU NACARINO (REUTERS)
Messi no suda, no grita ni tampoco llora, nunca se vio una lágrima suya, a diferencia de las de Casaus, que eran azulgrana, ni tampoco hay constancia de una gota de su sangre, insensible en los partidos más estresantes como el de ayer en el Camp Nou. El 10 apareció como una divinidad en un momento en que el encuentro era del Bayern, cuando en la hinchada se convencía de las bondades de un 0-0, Rakitic aguantaba al Barça y calentaba Xavi. No rompía el encuentro por ningún sitio y entonces Messi descerrajó el portal del gigante Neuer con dos tiros opuestos, uno seco y otro suave, terminales para el equipo de Guardiola.
Aunque ni siquiera fue nombrado, Guardiola salió como un señor del Camp Nou. Jugó el Bayern con la grandeza de los mejores, sin reparar en las ausencias de Robben y Ribery, excelente en el juego colectivo, capaz de competir con el Barça. Los azulgrana estuvieron activos y ambiciosos, enérgicos y competitivos en una noche sin concesiones, lamentos, romanticismos ni ñoñerías, entregados los dos equipos a una afrenta muy seria para suerte del Camp Nou. Nadie había descifrado tan bien hasta ahora al Barça como Pep. No hay antídoto posible, sin embargo, contra Messi.
Barcelona: Ter Stegen; Alves, Piqué, Mascherano (Bartra, m. 89), Alba; Rakitic (Xavi, m. 82), Busquets, Iniesta (Rafinha, m. 87); Messi, Luis Suárez y Neymar. No utilizados: Bravo; Pedro, Adriano y Vermealen.
Bayern de Múnich: Neuer; Boateng, Benatia, Rafinha; Lahm, Schweinsteiger, Xabi Alonso, Thiago, Bernat; Müller (Gotze, m. 79) y Lewandowski. No utilizados: Reina; Dante, Javi Martínez, Pizarro, Scholl, Weiser.
Goles: 1-0. M. 77. Messi aprovecha una recuperación de Alves. 2-0. M. 80. Messi pica el balón ante Neuer. 3-0. M. 94. Caño de Neymar, que es asistido por Messi.
Árbitro: Nicola Rizzoli (Italia). Amonestó a Xabi Alonso, Alves, Benatia, Bernat, Piqué, Neymar.
Camp Nou: 95.369 espectadores.
El secreto no estaba en las alineaciones, hasta cierto punto cantadas, sino en cómo los jugadores se repartían el campo, especialmente los del Bayern de Guardiola, que prefirió a un todocampista de la talla de Schweinsteiger a un media punta indefinido y famoso como Götze. El encuentro parecía girar al fin y al cabo alrededor de Messi. Y Guardiola basculó a su equipo hacia la banda del 10 mientras abría la cancha por la derecha para Thiago y llenaba la divisoria con un medio más a cambio de defender con tres, una temeridad si se tiene en cuenta la nómina de delanteros azulgrana: Messi, Luis Suárez y Neymar.
Nada pudieron opinar los alemanes, convertidos en carne de cañón por Leo, como temía Pep
El plan de Guardiola propició un cuarto de hora de vértigo, imposible de digerir para los volantes, superados por el ir y venir de defensas y delanteros, una locura para los porteros, expuestos a situaciones de mano a mano como la que afrontó Neuer con Luis Suárez. El meta le ganó la partida al ariete y se acabó el riesgo y la diversión, menguó la tensión, se pasó de la locura a la cordura y se calmó el Camp Nou. A partir de la recomposición de líneas alemana, ya con un esquema más convencional (4-4-2), se impuso el orden, se achicaron los espacios y se acabaron los mano a mano que había propiciado el 3-5-2 inicial del Bayern.
Incluso con la contienda atemperada nadie reparó en la figura de Guardiola, ignorado cuando se cantaron las formaciones, sin mención alguna, como si fuera un técnico rival cualquiera, concentrada como estaba la hinchada en un partido agotador, dominado por la grandeza de Neuer. El meta, imponente con los pies, marcó las diferencias ante Alves (m. 38) y Suárez (m. 11), exuberante el lateral e inteligente el delantero, sobresalientes en el despliegue del Barça. Aunque el marcador ni pestañeó, los dos equipos agradecieron el descanso después de batirse de manera soberbia, como demanda la Champions.
El desgaste físico fue tan brutal como el psicológico, digno de unthriller por su interés y emoción, muy absorbente para el espectador, igual de concentrado que los jugadores, incluido Messi. Aunque al 10 le costó salir de la defensa de ayudas que montó el Bayern, nunca le dio la espalda al encuentro sino que se ofreció como extremo o volante, de acuerdo a las necesidades del Barça, que siempre tuvo más peso en el partido que el Bayern. Los jugadores sabían, también Messi, que cualquier descuido penalizaba, que un error podía ser definitivo en un choque de máximos, intenso, digno de la Copa de Europa.
Ni siquiera su progenitor futbolístico, quien más le ha entendido, sabe cuál es su secreto
La cita exigía futbolistas mayúsculos, y más por parte del Barcelona, que pasó un mal rato en la reanudación, gobernada por la serenidad y despliegue del Bayern. Rakitic sostuvo entonces al Barcelona mientras calentaba Xavi. Aparentemente necesitaba paciencia el Barça. Al Bayern le perdió entonces la confianza, la superioridad con que jugaba, el punto de soberbia en la salida del balón, perdido por el lateral ante el arrebato de Alves. El brasileño anticipó, robó, aceleró y la puso para Messi, que no perdonó a Neuer. Messi entró en acción y ya no paró hasta meter un segundo gol excelso por el recorte a Boateng.
Messi regateó al central del Bayern, descuartizado en la cancha, para después picar la pelota sobre la salida del inmenso Neuer. La jugada sacó del encuentro a los alemanes, entregados a un final de partido suicida, rematado en el tiempo añadido por un tercer gol, tras una asistencia de Messi, materializada por Neymar, excelente en la definición ante Neuer. Los azulgrana entraron en combustión y alrededor del 10 se convirtieron en la máquina de matar, en el equipo que rebosaba salud desde Anoeta, el estadio que marca el punto de inflexión del Barça. Nada pudo opinar el Bayern, convertido en carne de cañón por Messi como temía Guardiola.
Nadie hubiera dicho que el Bayern estaba mutilado, atacado por una depresión y un rosario de calamidades, hasta que apareció Messi y marcó el camino hacia la final de Berlín. Ni siquiera su progenitor futbolístico, quien más ha entendido al 10, como es Guardiola, sabe cuál es el secreto de Messi. Ni suda, ni llora, ni sangra, simplemente marca goles de fábula como el segundo, suficiente para marcar diferencias, digno de ser tatuado en su brazo izquierdo después de que en el derecho ya luzca una de las vidrieras de la Sagrada Familia, una obra tan admirada como inacabada como el fútbol del propio Leo Messi. Tenía razón Guardiola: no hay remedio contra Messi.
Sé el primero en comentar en «Messi destroza una gran obra de Guardiola»