San Rafael, Mendoza lunes 25 de noviembre de 2024

Blanco sobre negro

Sergio vive ahora en Rafaela y Pablo en Paraguay. No se hablan desde hace años.Sergio vive ahora en Rafaela y Pablo en Paraguay. No se hablan desde hace años.

Mayo es el mes Schoklender. Un 30 de mayo asesinaron a sus padres. Un 14 de mayo Pablo, el menor, cayó detenido en Bolivia. Un 8 de mayo Sergio, el mayor, se desvinculó de la Fundación de las Madres, girando en un maremoto de acusaciones de corrupción que aún lo envuelve. Un 15 de mayo los dos volvieron a la cárcel por ese tema. Sergio había sido condenado a prisión perpetua por el doble homicidio en 1985. También en mayo. Esta semana se cumplieron 30 años. Ya 30.

Cuatro años antes de aquella condena, el portero de un edificio vio un hilito de sangre chorreando del baúl de un Dodge Polara, en Coronel Díaz y La Heras. La comisaría llamó a la Brigada de Explosivos de la Federal, que consiguió abrir la tapa por la tarde. Increíble premonición: nada estalló, pero lo que vieron terminaría siendo una bomba.

Había dos cadáveres, vestidos con pijamas y envueltos en una sábana blanca. Tenían las cabezas destrozadas a golpes, envueltas en toallas y bolsas de basura. Horas después los identificaron: eran el ingeniero Mauricio Schoklender y su esposa Cristina Silva. Llamaron a su casa y le dijeron a Sergio, el hijo que atendió, que fueran a la comisaría porque sus padres habían tenido un accidente. Pero los hijos no fueron a la comisaría. Se tomaron un remís a Mar del Plata y comenzaron una huída de película que terminó primero con la captura de Sergio y luego con la de Pablo.

Valeria, la hermana del medio, siempre estuvo afuera. Aún hoy. Ella se cambió la identidad, se casó con el novio con el que había salido aquella noche y tuvo dos hijos. En estos años se ha ocupado de borrar cuidadosamente todo vestigio de su vida anterior, que la sigue como una sombra. Hasta hace poco aún trabajaba de oficinista en el centro porteño. Jamás volvió a ver a sus hermanos.

Aquella madrugada de huida frenética, Sergio y Pablo se alojaron en el Gran Hotel Dorá de Mar del Plata. Allí las versiones se entrecruzan. Se dijo que se reunieron con un publicista para encargarle una colosal campaña sobre un inminente lanzamiento comercial, en lo que hubiera sido una sensacional estafa. O que pidieron cotizaciones en aeroclubes para contratar un vuelo primero a Entre Ríos y después a Punta del Este. Como haya sido, la realidad tuvo menos de glamour pero igual de leyenda: Sergio se compró un caballo y salió al galope para el lado de Santa Clara del Mar. Lo atraparon en la zona de Cobo, tras ser reconocido por el dueño de un bar donde fue a pedir comida y una cama para pasar la noche. Cuando estuvo ante el juez, se hizo cargo de todo y exculpó de toda responsabilidad a su hermano, aunque luego cambiaría dos veces su versión de los hechos.

Pablo salió para el Norte. Primero a Rosario y luego a Tucumán donde, igual que su hermano, también se compró un caballo para seguir escapando. Fue detenido en la localidad de Ranchillos. En aquel juicio del 85 Sergio fue condenado a perpetua y Pablo terminó absuelto, pero al año siguiente la Cámara revocó la decisión y fueron a detenerlo. Ya no estaba. Vivía en Bolivia con un nombre falso. Allí fue atrapado por Interpol recién en 1994 por emitir cheques sin fondos.

Al año siguiente de que su hermano quedara preso, Sergio empezó a tener sus primeras salidas transitorias. En la cárcel de Devoto fue impulsor y fundador del CUD (Centro Universitario de Devoto), una filial de la UBA que aún funciona y donde se recibió de psicólogo y de abogado. Fue un estudiante brillante.

Tanto Sergio como Pablo escribieron libros sobre el doble crimen. Sergio se desdijo de lo que había declarado en el juicio y atribuyó los asesinatos a un ajuste de cuentas protagonizado por terceros. Se habló de tráfico de armas y de una empresa de materiales pesados que hacía negocios con la aún poderosa dictadura militar en 1981. Todavía faltaba un año para Malvinas. Pablo publicó “Yo, Pablo Schoklender” que sirvió de guión a la película “Pasajeros de una pesadilla”, con Alicia Bruzzo y Federico Luppi encarnando al matrimonio asesinado.

Lo ocurrido aquella noche en el departamento de Belgano nunca quedó del todo claro. La familia había salido a cenar a la Costanera para festejar el inminente cumpleaños 23 de Sergio. Mauricio se fue a dormir. Una versión indicaba que la madre le hizo insinuaciones sexuales a Pablo y que entonces Sergio la mató y luego fueron por el padre. Otra, que hubo una fuerte discusión por dinero porque Pablo se quería ir a vivir a Brasil y reclamaba su parte de la herencia. Algunas evidencias hablaban de una planificación e incluso de un intento previo: Pablo habría incendiado el dormitorio de sus padres con ellos adentro, unos meses antes.

Después de los años en Devoto, Sergio salió de la cárcel y se transformó en apoderado de Hebe de Bonafini en la Fundación Madres de Plaza de Mayo. En eso andaba cuando defendió a los hermanos Da Bouza –finalmente condenados–, acusados se asesinar a su padre. Su papel junto a Bonafini fue creciendo y comenzó a administrar millones que el Ministerio de Planificación transfería a la Misión Sueños Compartidos, a la que se sumó su hermano Pablo tras quedar libre. Los acusaron de acumular bienes y de provocar fraude con dinero público por un desvío de 200 millones de pesos. El juez Norberto Oyarbide ordenó detenerlos. También fue en mayo, pero de 2012. Diez meses después quedaron en libertad, aunque la investigación continúa.

De militante frenético, Sergio pasó a ser un furioso anti K. Hace dos meses le dijo a un medio santafesino: “Boudou es un carilindo, un pelotudo… Lo que Boudou se ha robado te puedo decir que es ínfimo, son monedas. Los grandes desfalcos al país se hicieron en Planificación Federal”. El área de la que él recibía el dinero.

Ahora Sergio pasa la mitad de su tiempo en Rafaela, donde encabeza un emprendimiento comercial también vinculado a las construcciones, y el resto en Buenos Aires.

Esta semana atendió el llamado de Clarín y dijo que no iba a hablar. Que pasaría el teléfono de su abogado, un defensor oficial, para que él lo hiciera. Apenas se excusó amablemente: “Acá andamos, peleando. Nunca voy a bajar los brazos. Nunca. Sólo voy a decirte eso, que ando viviendo y peleando…”. La voz estentórea, segura.

El martes fue a declarar ante un juez penal tributario que lo citó porque a los empleados de la Fundación no les hacían aportes sociales. Allí negó las imputaciones y se preguntó por qué lo citaron a él, apoderado, y no a la Presidenta de la Fundación, Hebe de Bonafini.

Sigue casado con Viviana Sala, una psiquiatra y médica legista con un nutrido curriculum en salud pública y un magister en la Fundación Favaloro. La conoció mientras estaba preso y se casaron en 1997. Ella también está imputada en la causa por defraudación. Tras el escándalo se separaron, pero luego se reconciliaron y ahora siguen juntos.

Pablo se mudó a Paraguay hace tres meses, con permiso judicial. Allí se dedica al comercio. No habla con Sergio desde 2011, cuando llegaron a las manos tras una fuerte discusión en la Fundación que terminó con un llamado a la comisaría 2a. de la Federal. Aquella pelea decisiva fue también un día de mayo. Pablo irá este miércoles a declarar por la misma causa que su hermano, pero con abogado nuevo: el anterior lo dejó porque dice que no le pagaba.

Antes de que termine el mes, el 30, Sergio cumplirá 57. Cada año, Mayo vuelve a hacerle un nudo a la historia exactamente el día en que empezó todo. El día de la sangre.

Fuente: http://www.clarin.com/policiales/Mayoklender_0_1358864172.html
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