Un agotador escrutinio que atravesó la madrugada y terminaba cerca de las 10 de la mañana londinense colocaba a Cameron con 329 bancas en la Cámara de los Comunes, 3 por encima de la mitad. Era una cifra inimaginable en la víspera electoral, cuando se presagiaba un escenario de inestabilidad, fragmentación extrema y complejas negociaciones para formar una coalición parlamentaria.
El laborista Ed Miliband quedó segundo con 234 bancas. Un resultado catastrófico, el peor en 30 años para su partido, que despertó del sueño de recuperar al poder para enfrentar un calvario que lo obliga casi a una refundación.
Los otros ganadores de las elecciones del jueves fueron los independentistas escoceses del SNP, que:superaron el 50% de los votos en Escocia y acapararon 56 de los 59 escaños en juego en la región, un logro sin precedente. Serán la tercera fuerza en Westminster.
A Cameron le espera el desafío de gestionar ese auge nacionalista, que vuelve a amenazar la unidad de Gran Bretaña después del referéndum que dijo no a la independencia, hace apenas ocho meses.
En porcentajes, los conservadores obtenían un total del 36,6% de los votos contra 30,7% de los laboristas, 12,6 de los populistas antieuropeístas de UKIP, 7,7% de los liberales-demócratas, 4,9 del SNP y 3,8% de los verdes.
La ansiedad y el misterio de las elecciones que se presentaban como las «más impredecibles de la historia» se esfumaron en un minuto la noche del jueves. A las 22.01, las cadenas de televisión BBC, ITV y Sky News publicaron a esa hora una megaencuesta a boca de urna que anticipaba el batacazo de Cameron.
Al primer ministro le fue incluso mejor que en esa proyección que sonaba irracional al contradecir el vaticinio de las 11 consultoras de opinión de alcance nacional que hasta la mañana de ayer daban por hecho un empate técnico entre Cameron y Miliband.
Con las cifras finales, los tories podrán prescindir de sus aliados liberales, arrasados del mapa: pasaron de 57 a apenas 8 bancas. Hasta el líder del partido, Nick Clegg, estuvo a un puñado de votos de perder la suya en Sheffield.
Sin necesidad de pactos, Cameron visitará este mediodía (8.30 de Buenos Aires) a la reina Isabel II en el Palacio de Buckingham, para regresar luego al número 10 de Downing Street con el mandato para gobernar.
Las urnas le dan fuerza para continuar con su duro plan de austeridad con el que consiguió despertar la economía británica. También podrá avanzar con su delicada promesa de convocar un referéndum para que los británicos decidan si el país se queda o se va de la Unión Europea (UE), lo que augura tormentas con las potencias del continente.
El Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), pese a captar el 12,6% de los votos, apenas logran retener 1 de las 2 bancas que tenían. Su líder, Nigel Farage, caía en su circunscripción del condado de Kent y dejará su cargo si se ratifica ese resultado. Los verdes sólo sumaron un escaño.
Así, el rompecabezas del poder británico se armó como por arte de magia, en sintonía con lo que anticipó la encuesta a boca de urna con 22.000 casos encargada por las cadenas televisivas. «Es sorprendente, claro. Inimaginable. Pero con la misma metodología funcionó perfecto en 2010. Es esperar y ver«, había declarado antes de la medianoche a Sky News el consultor Ben Page, de Ipsos-MORI, uno de los expertos encargados del trabajo. Los sondeos previos de su empresa pronosticaban un empate.
Kellner, director de YouGov, se declaró «impactado y confundido». Dijo a la BBC: «O esta encuesta está bien o todas las 11 empresas que trabajamos en la campaña metimos la pata».
El sistema electoral británico expone a los encuestadores a una osadía: el país se divide en 650 circunscripciones y sólo el ganador de cada una obtiene el pasaje al parlamento de Westminster.
A todo esto, el artesanal escrutinio británico aportaba angustia con su lentitud de otro siglo. A la 1 de la madrugada sólo se habían declarado los resultados de 5 circunscripciones. El tanteador se iba llenando con el correr de la madrugada. Pero a las 3 ya quedaba en evidencia que la predicción era acertada.
Miliband concedió su derrota con una mueca de desilusión cuando antes del amanecer se confirmó que había ganado su banca de Doncaster. «Ha sido una noche decepcionante para los laboristas», dijo. Se descuenta su renuncia en cuestión de horas.
Para colmo dos de los principales caciques del partido fueron vapuleados en sus distritos, condenados al retiro: Ed Balls, el ministro de Economía en las sombras, y Douglas Alexander, que iba a ser el jefe del Foreign Office en un gobierno de Miliband. El escocés Alexander sufrió la humillación de perder contra una estudiante de 20 años, candidata del SNP.
A las 5.30 apareció en cámara un sonriente Cameron, desde el condado de Oxfordshire. En el discurso posterior a la confirmación de su escaño prometió trabajar por «una nación unida», aunque pidió primero esperar a que terminara el exasperante recuento.
La noche de insomnio sucedió a un día de ansiedad en los líderes políticos pero de pasmosa normalidad en las calles británicas. Se votó como siempre en jueves, una jornada laborable, siguiendo una vieja tradición: como los salarios se pagaban los viernes, convocar los comicios el día previo reducía el número de potenciales borrachos en los centros electorales.
Londres vivió su habitual barullo de orbe universal, mientras más de cinco millones de sus habitantes se acercaban a cumplir con el ritual democrático de marcar con una cruz el nombre de su parlamentario en la hoja de votación. En los barrios donde la disputa era pareja siguió hasta las 10 de la noche el despliegue de militantes golpeando puertas y repartiendo volantes a la entrada de los colegios.
«Va a ser una madrugada dramática», decía a LA NACION al caer la tarde Amy Hughes, una estudiante de letras que se pasó cuatro horas recorriendo la zona de Acton, un «marginal seat», promoviendo el voto laborista.
El drama vino en forma de shock, a las 22.01con el anuncio de la BBC. El pro-laborista Daily Mirror lo resumió con una tapa negra y el título: «¿Cinco malditos años más?»
El amanecer trajo la certeza y acaso también una estabilidad política que el Reino Unido ya daba por perdida.
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