San Rafael, Mendoza martes 26 de noviembre de 2024

Un pueblo tapado por el agua lucha para no desaparecer

El drama de las inundaciones.Idiazábal, en Córdoba, lleva una semana inundado. Sólo quedó el 10% de su población. Los vecinos patrullan las calles en tractores para repartir ayuda, rescatar perros y darse apoyo.

 Los que no se rinden. Un grupo de vecinos, ayer, recorre sobre un tractor las calles de Idiazábal. En las zonas más afectadas, hay hasta 1,40 metro de agua. ANDRES D'ELIA/ENVIADO ESPECIAL

 Los que no se rinden. Un grupo de vecinos, ayer, recorre sobre un tractor las calles de Idiazábal. En las zonas más afectadas, hay hasta 1,40 metro de agua. ANDRES D’ELIA/ENVIADO ESPECIAL
 Agua quieta, marrón. Agua de lluvia, agua que trajo el desborde de los ríos, agua estancada porque la tierra ya no absorbe. Agua que subió de las napas o que escupió algún inodoro. Agua que vino de los campos, de sus canales delineados con estrategia de siembra y sin pensar en lo que podía pasarle a los vecinos. Y perros: de esta mancha de agua espesa emerge, de tanto en tanto, el hocico de alguno que nada sin rumbo. A muchos los han dejado aquí quienes tuvieron que huir de sus casas. Idiazábal es hoy eso y el silencio. Y de noche el silencio es tan rotundo que sólo se oye el aullido triste de esos perros solos.

Desde hace una semana, este pueblo cordobés -el más afectado por las inundaciones- está desolado. En algunas zonas el agua llegó a picos de 1,80 metros: los techos de las casas. En la zona norte, la más baja del pueblo, no queda nadie y la imagen es la de un pueblo fantasma. De los 1.700 habitantes apenas un 10% decidió quedarse. Algunos, porque su casa es lo único que tienen. Otros, porque no se permiten el abandono. Idiazábal estaría paralizado si no fuera por estos vecinos que van y vienen en tractores y lanchas. Cuidan, asisten en lo que pueden para domar la impotencia: ven cómo la marea transforma su vergel.

Gustavo Arribas, el único médico del pueblo, sale una vez más a repartir remedios y a visitar a los vecinos. «Estos días me tocó ser psicólogo más que médico. La gente se desmorona cuando ve esta catástrofe y necesita contención. Hasta necesitan contacto físico: un abrazo», cuenta, sentado sobre el acoplado del tractor que lo lleva.

La subida del agua apuró a todos, pero cada urgencia puede medirse en el estado de las cosas. Hay casas cerradas y con las persianas bajas, y hay otras con las puertas abiertas y su intimidad al descubierto: las sillas apiladas, la huella del barro en las paredes, los sillones chorreando. Las jaulas de los pájaros están vacías: es que también los gatos quedaron solos. Aquí y allá hay bolsas de arena desparramadas: la muestra de esa falsa ilusión de querer controlar lo incontrolable. Y los perros, siempre los perros: «De noche es peor, en la oscuridad total lo único que se escucha es el llanto de los perros, el correr del agua y los grillos», suelta Jésica Chapareli, que trabaja en el dispensario y pasó las últimas noches durmiendo en un camión. Cuenta que mandó a sus hijos con los evacuados y que ella eligió quedarse porque la conmovió ver a su pueblo «como en esas películas donde llega un tsunami y no sabés adónde ir». A Jésica el agua no le entró por la puerta ni por las ventanas de su vivienda. Un chorro violento que salió del inodoro fue suficiente para que se le inundaran las habitaciones.

El Comité de Emergencias de Córdoba dice que la cifra de evacuados es la misma desde hace dos días: 2.000 personas. Los de Idiazábal primero fueron a Ordoñez, el pueblo más cercano, y luego a La Laguna. Así nacieron «los evacuados de los evacuados»: gente que fue mudada a un pueblo y que tuvo que volver a irse porque ese pueblo también estaba inundándose. Ayer el intendente de Villa María, Eduardo Accastello, dijo por la radio que pensaba en «crear un pueblo nuevo» y sembró esa imagen: un pueblo destinado a desaparecer. Más tarde le dijo a Clarín: «Se lo voy a plantear al gobernador, no sabemos si la gente quiere. El panorama es aterrador». Pero el intendente de Idiazábal, Eliberto Favalli, salió al cruce: «¿Cómo vamos a trasladar a nuestro pueblo? Es una barrabasada. Acá hay que hacer obras de infraestructura».

¿Quién podría refundar esta villa? ¿Quién se atrevería, si aquí todo tiene su historia? Cada borde de maceta que aflora del agua, ese último escalón del tobogán de la plaza, aquel pimpollo que corona el rosal que ahora se adivina bajo el agua. José Luis Heredia vive hace 15 años en el pueblo. El agua alcanzó el metro y medio en su casa y su familia tuvo que irse. También su hija, que estaba a punto de parir. «¿Cómo iba a dar a luz en medio de este desastre? Yo me quedé porque mi casa es lo único que tengo», dice y sube una bolsa de pan para compartir al acoplado.

Ya son diez los muertos en Córdoba por las inundaciones. Ayer buscaban a un hombre de 46 años que cruzó a caballo un canal y fue arrastrado por la corriente en El Fortín. Su caballo apareció a 50 metros, sin él. Pero eso sucede a más de 200 kilómetros de Idiázabal y aquí la novedad es que con una retroexcavadora cortaron al medio el asfalto de la ruta 6. El objetivo era que el agua drenara y aunque empieza a funcionar, los dejó aún más aislados. Ahora el tractor pasa por la escuela primaria del pueblo. Los que se quedaron necesitan vasos y platos para el almuerzo y creen que allí podrán rescatar algunos. Lo primero que ven, sin embargo, no es vajilla: son las escarapelas hundidas, los pedazos de libros flotando, un cuaderno -que ya no es de tapa dura- con el nombre de algún chico borroneado.

Fuente: http://www.clarin.com/sociedad/Cordoba-inundacion-desastre-idiazabal_0_1315068534.html
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