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Dos de sus series favoritas son Mad Men y The Good Wife. Ellos prefieren ver los programas poco después de su transmisión para evitar enterarse de lo sucedido por Internet.
Pero Kolko y Rice, ambos economistas, viajan mucho por su trabajo. Así que éste es el truco: los dos se conectan en su teléfono. Después, uno de ellos selecciona el episodio deseado en el televisor en casa, mientras el otro sigue las indicaciones en una tableta desde su hotel. «Tratamos de empezar al mismo tiempo», explica Kolko.
El simple hecho de reunirse ante la televisión para compartir la experiencia de ver un programa se siente cada vez más distante. Gracias a los servicios de trasmisión, el pay-per-view y los dispositivos móviles, podemos ver lo que queramos, cuando queramos, donde queramos.
Y pese a todas esas opciones, puede ser difícil alinear el «qué, cuándo y dónde» de dos personas atareadas.
A Kolko no se le pasa por alto la complicación técnica para producir una experiencia ya casi anticuada. «Hace unos cuantos años no habrían existido ni el problema ni la solución», observa.
La cosa se complica cuando tomamos en cuenta el maratón televisivo: ver (o a escuchar, en el caso de los podcasts) numerosos episodios de una sola vez.
Existen por lo menos dos dinámicas. Primero, esos maratones generalmente ocurren cuando tenemos tiempo desocupado; en otras palabras, cuando estamos aburridos o solos. Y en segundo lugar, si somos adictos a un programa, coordinar nuestro horario con el de otra persona puede ser difícil.
En el romance de hoy, resistir el impulso para poder ver el programa con la pareja es casi el equivalente a conocer a sus padres. «Sabemos que hemos conocido a la persona indicada cuando ella nos dice que no mirará sin nosotros el siguiente episodio de la serie, de la que nos hemos estado dando juntos un maratón», comentó en Twitter Casey McGee, diseñadora gráfica de 22 años de Boston.
Sabemos que hemos conocido a la persona indicada cuando ella nos dice que no mirará sin nosotros el siguiente episodio de la serie, de la que nos hemos estado dando juntos un maratón, opina Casey McGee, diseñadora gráfica
McGee y su novio, que vive a una hora de distancia, pasaron un fin de semana en diciembre mirando episodios de «Misfits», una comedia británica. Después, durante la semana, ella lo llamó para preguntarle si había visto más episodios y se sintió conmovida cuando él le respondió que no quería verlos sin ella. «Él valora la experiencia de estar conmigo, más que la de simplemente ver el programa», comentó.
Se necesitó un programa de radio podcast (un anacronismo realmente novedoso) para poner al frente del debate estas cuestiones. «Serial», producida por el equipo de «This American Life» y distribuido mediante archivos de audio descargables, narra la historia real de un crimen cometido en 1999 en Baltimore.
Con detalles de misterio, que alternaban una mirada de escepticismo y fe sobre casi todos los personajes, «Serial» publicó en la Web una nueva entrega todos los jueves durante dos meses y medio, en el otoño del año pasado. Se podían escuchar cada semana o darse un atracón de varios episodios a la vez cuando estaban disponibles. Quizá desde los tiempos de «La guerra de los mundos» ningún otro programa había congregado a tanta gente alrededor de la radio (bueno, de su iPhone, pero ya saben a lo que me refiero).
«Serial» reunió dos factores que fomentaban tanto los maratones como la experiencia grupal: el tipo de suspenso que parece una gran novela de misterio que leemos en las primeras horas de la mañana, así como un gran número de personajes y giros en la trama que hacen que los seguidores busquen a otros para discutir la historia.
Molly Ringwald, actriz que fue el rostro de la angustia adolescente de mi generación, puso el dedo en este nuevo apuro al comentar en Twitter: «La definición de devoción: esperar hasta el final del día para escuchar con tu marido el último episodio de @serial.»
Llamé a Ringwald por teléfono para analizar esto. Ella y su marido, Panio Gianopoulos, llevan una vida muy ajetreada con tres hijos y el trabajo de ella como escritora y cantante.
Pero también les gustan los maratones compartidos de programas como «Breaking Bad» y «Game of Thrones». El calendario de viajes de Ringwald le da oportunidades de verlos en el avión, pero generalmente viaja sola. Reveló que hace planes con su marido para darse maratones juntos en la noche, en medio de promesas de no romper la disciplina y ver el programa en solitario. «Somos bastante disciplinados», aseguró.
Ésas son las peculiaridades con las que hay que enfrentarse en los matrimonios contemporáneos. Jake y Maia O’Bannon son recién casados de Oklahoma City. El señor O’Bannon, de 23 años, trabaja un horario normal como contador. Maia, de 22 años, es directora de residencia de una universidad y con frecuencia la llaman para que asista a eventos en la noche. Siempre que pueden, les gusta ver juntos sus programas, como «Downton Abbey» y «Parks and Recreation».
Maia es muy respetuosa de su compromiso y espera hasta que pueda ver los programas con su marido. Pero a él se le ha hecho más difícil cumplir con esta fidelidad mediática. Recientemente hizo trampa con un episodio de «Parks» mientras su esposa estaba en el trabajo. Después lo volvió a ver junto con ella, fingiendo que era la primera vez. «Trataba de reírme en los momentos indicados, pero soy muy mal actor», admitió. Lo atraparon.
Para Jeanna y Matt Thomas de Atlanta, los problemas de los maratones televisivos, de por si complicados por las restricciones de tiempo causadas por trabajo y la crianza de los hijos, se agravan por el riesgo de que les revelen el final.
A la pareja le gusta acumular episodios de programas como «Top Chef» para verlos durante el fin de semana. Para asegurarse de que la trama y el suspenso no se sacrifiquen mientras buscan el tiempo para ver juntos, la pareja activa filtros en Twitter.
Por ejemplo, Jeanna Thomas lo configura para que cualquier mención a un concursante de «Top Chef» se filtre de sus noticias; también elimina los posts de Bravo, la cadena que presenta «Top Chef», así como las de uno de los jueces del programa, Tom Colicchio. «Hay que tomar la iniciativa», afirma. «Es toda una empresa.»
Por Katherine Rosman | The New York Times
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