Hoy termina el mandato presidencial del presidente más popular de Sudamérica
José Mujica recibe la bandera del país esta mañana, en una ceremonia previa al cese de su presidencia.REUTERS
Este domingo 1 de marzo culmina el mandato presidencial de José Mujica en Uruguay. Como en un déjà vu, se reúnen sobre el estrado montado en la Plaza Independencia de Montevideo los mismos protagonistas que en 2010. Tabaré Vázquez, entonces el primer mandatario de izquierda en la historia del país, entregaba la banda presidencial a un «campesino gordito y simpático» -según la más reciente definición de Joan Manuel Serrat hecha pública en la capital uruguaya-.
Cinco años de gestión más tarde, la figura pública más particular que haya lucido el territorio más pequeño de Sudamérica, hará lo propio. Cederá el bastón de mando a Vázquez, conformando así un período de 15 años en que el Frente Amplio gobierna la nación.
En estos últimos cinco años, muchas luces y sombras han iluminado y oscurecido -según el cristal con que se observe- la figura de José Mujica. El hombre que posicionó a Uruguay en el mundo es tan capaz de crear un conflicto diplomático con Argentina a partir de sus exabruptos sobre la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner como de pronunciar uno de los discursos más brillantes que se hayan escuchado en los últimos tiempos, aplaudido de pie en la cumbre medioambiental Rio +20.
Es también la persona que convoca a Uruguay al director de cine Emir Kusturica, que está rodando un documental que gira en torno a la figura de Pepe Mujica, y es la misma persona que no tuvo reparos en bromear a horas de su retiro, «vuelvo a ser candidato en 2019» o de admitir que en la última reunión con su gabinete «nos tomamos unos vinos».
Así es Mujica, fácil de criticar para sus opositores, y digno de aplaudir para sus fervientes seguidores. Aquel «presidente más pobre del mundo» -tal como le bautizó el artículo de ELMUNDO.es- es capaz de donar gran parte de su salario para construir viviendas destinadas a los más necesitados, como de constituirse en frecuente interlocutor de Rockefeller, ya sea en Nueva York como en Punta del Este, el balneario más cotizado de Sudamérica.
Cuando inició su mandato, en marzo de 2010, recogió el guante de un país en crecimiento. Aupado en los precios de los commodities, Uruguay creció exponencialmente en sus aspectos macro a nivel económico, pero se le critica no haber acompasado ese ‘viento de cola’ con mejoras en la salud, educación, red vial o seguridad.
Aquel país de ganadería extensiva se transformó en un territorio donde la soja y el trigo reinaron durante años, y Mujica alentó ese cambio de la matriz productiva. Hoy, algunos productores revierten la orientación de sus suelos, y vuelven a la vaca y la oveja pues la soja no se paga tanto en el mercado de Chicago. El mismo Mujica que se reconoce como impulsor del cambio definitivo en la matriz energética nacional -se pasó de una dependencia atroz a una independencia absoluta- es tan capaz de ordenar la instalación de decenas de parques eólicos como de sostener en el cargo al ministro del Interior más criticado de las últimas décadas, Eduardo Bonomi.
Partidarios de Mujica durante la ceremonia. | AFP
El mismo que cambia, luego no cambia. Los problemas de seguridad asedian no solamente a las grandes urbes del país, sino que infestan cualquier punto del interior profundo. Asesinatos, rapiñas, crecimiento del sicariato en las zonas metropolitanas, violencia doméstica, proliferación de las bandas de narcotraficantes, armas en la calle. Así vive -en constante virulencia- la sociedad violenta que le deja Mujica a Vázquez y a sus 3,5 millones de habitantes.
Es el hombre que propuso el control y regulación de la marihuana por parte del gobierno, y el que promovió el matrimonio igualitario. Es el mismo hombre que no pudo llevar a cabo la tan ansiada reforma del Estado, y que observó impasible cómo el aparato estatal creció exageradamente convirtiendo al empleo público en el sueño de todo uruguayo que se precie de tal.
Comunicación irreverente
Luces y sombras. Este Mujica que deja su posición de Presidente también deja un estilo de comunicación irreverente y audaz. Sus opiniones eran vertidas en todo momento, sin importar las consecuencias. Es el hombre que no midió, jamás, las posibilidades de sus dichos. Difícil de transcribir, abusó de interjecciones e improperios, de modismos y uruguayismos. Volvió loco a cuanto traductor opere en la región y el mundo, y encandiló a todos los comunicadores que le visitaron en su chacra o en el edificio presidencial.
Cada frase que pronunció Mujica en estos años es perfectamente digna de un titular para los medios de prensa. Dueño de un lenguaje rico, cultivó un perfil de demagogia que nunca se molestó en contrarrestar. Pepe le habla -pues aún lo hace, a horas de levantarse del sillón presidencial- al campesino con su lenguaje más coloquial como al colega más encumbrado, con términos que extrae de sus lecciones de vida cultivadas a fuerzas de lectura en las cárceles más sombrías que le impuso la dictadura de los años 70 y 80.
«Seguramente que puedo parecer conservador, pero no creo en la magia de que la gente se pueda formar en soledad, sin el aporte colectivo de los demás». O bien «en el ser humano y las sociedades conviven en contradicción permanente el egoísmo y la solidaridad». También, «lo esencial y lo determinante es la voluntad creciente de darnos cuenta que solo la cultura, solo el cultivo y la predisposición a enfrentar a nuestro egoísmo nos dan condiciones para crear un hombre mejor; el hombre nuevo no es una utopía de llegar un día a un arco de triunfo y que esté todo arreglado, el hombre nuevo es el camino por ser menos porquería de lo que somos». Cada frase una luz, pronunciada en cualquier ambiente. Es algo que no sucederá jamás, pues Tabaré Vázquez se encargó de dejar en claro que no contestará preguntas de ningún comunicador fuera del ámbito ideal para ello, las conferencias de prensa.
Crecimiento cultural
Preocupado por la educación y el crecimiento cultural del país, la sombra del alto índice de repetición escolar le sigue muy de cerca. Mujica deja de ser presidente con la frustración de no haber podido incidir en la revolución educativa que había prometido. De 40 liceos que pensaba construir, solamente llegó a 9. De querer posicionar al Uruguay en la lista de los más alfabetizados y educados, solamente queda la intención. Violencia en las aulas, deserción escolar, menos docentes y peor capacitados. Sí deja detrás de su administración la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTEC), un proyecto que busca llegar a todo el país con la descentralización educativa en carreras técnicas terciarias.
La luz le sigue de cerca, pues se retira con el 65% de aprobación popular, impensado en un país latinoamericano. Es la misma gente que le quería tributar un homenaje público en la plaza más tradicional de Montevideo, algo a lo que se opuso. Pero no estuvo lejos de su pueblo, pues en una de sus últimas actividades protocolares antes de terminar su mandato, el Presidente José Mujica participó del tradicional arriado del pabellón nacional en la Plaza Independencia. Allí se despidió de la ciudadanía: «Querido pueblo, gracias, gracias por tus abrazos, críticas, cariño y, sobre todo, gracias por tu hondo compañerismo cada una de las veces que me sentí solo».
Apegado a su pasado, es al mismo tiempo una persona que no reniega del futuro y sus cambios. A sus años, reformuló gran parte de su chacra para que algo más de 60 jóvenes reciban clases de educación agraria, en forma gratuita, de lunes a viernes. Esa misma visión de futuro le permitió pararse fuerte ante sus detractores muchas veces ubicados dentro de sus mismas tiendas políticas, y llevar adelante el proyecto para el puerto de aguas profundas en el departamento de Rocha, o la inversión millonaria de nuevas plantas procesadoras de pulpa de papel en Conchillas, o la reconversión del puerto de Montevideo, o tantos otros cambios que pueden sorprender al desprevenido visitante que aguarda encontrar un país en ostracismo. Nada de ello. A impulsos de Mujica, algo que no faltó en Uruguay fue inversión privada y participación pública.
«Al cabo de tanto trajín supimos que la lucha que se pierde es la que se abandona», expresó Mujica visiblemente emocionado en su último discurso público. «No hay ningún final sino el camino mismo al que muchos otros arrimarán lo suyo para continuar la lucha». Y fue allí donde lamentó que estos cinco años hayan pasado tan rápido, en una lucha permanente entre solidaridad y egoísmo. Dicho esto, la sombra. El país no logró despegar en su sistema de salud ni en su infraestructura vial. La bonanza económica no se tradujo en nuevas rutas, tan siquiera en viejas rutas reparadas a como de lugar. Los hospitales están derruidos, y la mugre campea donde los jóvenes se vuelven universitarios para luego ser médicos y cirujanos. No hay medicamentos en muchos centros de atención del interior del país, y un traslado sanitario entre Artigas y Montevideo puede insumir 10 horas. Y en ello Mujica nada pudo hacer.
Conflictividad laboral
El Mujica al cual se le crean canciones y documentales, el presidente más entrevistado de la región, aquel cuyo rostro luce en camisetas con la misma iconografía del Che Guevara, es el mismo que cerró la única aerolínea de bandera nacional, Pluna, envuelto en un escándalo del cual aún hay sospechas. Reconvirtió empresas fundidas y alentó su puesta en práctica cooperativa, pero culmina sus cinco años de gestión con el país envuelto en la mayor conflictividad laboral de la que se tenga memoria. Paros, ocupaciones, despidos masivos, seguro de paro en frigoríficos y otras industrias, opacan el ítem ‘Trabajo’ en su carrera.
Luces y sombras. Promotor inclaudicable de la integración latinoamericana, ha sido y es fuente de consulta por parte de sus pares. Desde Evo Morales hasta Rafael Correa, los mandatarios del continente le admiran y le instan a solucionar conflictos internacionales o crisis políticas y sociales intramuros. Nominado desde Alemania para el Premio Nobel de la Paz, se aferró a su viejo VW Fusca por el cual millonarios árabes ofrecieron un millón de dólares.
Y más. En su casa anda vestido a la usanza campesina, descalzo o en alpargatas. Despeinado, de barba, con su vieja perra Manuela como fiel testigo del modo más costumbrista de vivir, no dejó de cultivar en su huerta. Con sus flores se crearon perfumes, y con sus frases se hicieron canciones. Por su despacho pasó Sean Penn y Calle 13, futbolistas, presidentes del mundo.
Y pasaron niños de escuelas rurales que tuvieron cero ausencia en el año escolar. Y tomó mate con los gauchos en el campo, y no utilizó guardia personal en sus viajes. E insultó, y luego pidió perdón. E insultó a algún que otro comunicador, y luego no pidió disculpas. Concedió entrevistas a todas las revistas del mundo, y a todos los semanarios de pueblo adentro.
Cuando se le hizo autostop en la ruta ordenó a sus vehículos que recogieran al infortunado. Y prometió volver en 2019, y luego dijo que era una broma de fin de mandato. Y volverá a hacer política este 2 de marzo, cuando encare una gira por los 19 departamentos del país para ayudar a sus correligionarios en las próximas elecciones municipales.
Y votará a su mujer, Lucía Topolansky, que es candidata al gobierno de Montevideo. Y será político nuevamente, con una mayoría abrumadora de su sector dentro de la izquierda vernácula. Y entre luces y sombras, será el presidente más particular que haya tenido Uruguay desde 1830, el año en que comenzó su vida institucional como tal. Entre luces y sombras, deja de ser Presidente de la República Oriental del Uruguay. José Mujica, o simplemente Pepe.
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