San Rafael, Mendoza 27 de abril de 2024

San Valentín, excusa para fraudes digitales

San ValentinAh, el amor. Es el único sentimiento fractal que conoce el ser humano. Fractal, digo, porque más de cerca intenta uno explorarlo, más detalles expone, y nuevos dobleces, remolinos sin fin que a su vez se expanden en más laberintos, en recovecos rococó de tonalidades a veces dichosas, a veces angustiantes. En comparación, los otros sentimientos y emociones son chatos, homogéneos, monocordes. Dentro del odio sólo hay más odio, he ahí su debilidad.

El amor es también el único sentimiento que tiene su día, San Valentín, hoy. No celebramos el miedo o a los miedosos. Aunque el hombre lo siembra desde siempre, y aunque vivimos en una época particularmente pródiga en hostilidades, nunca intentamos honrar el odio. Ni siquiera los felices tienen su día.

Amor es la palabra más vasta que existe. La usamos tanto para la desbocada efervescencia inicial, llena de expectativas y ansiedad, como para el sólido vínculo que deviene de los años y del conocimiento, cuando los defectos del otro no te causan irritación, sino ternura. La usamos para el amor filial y para el fraterno. Y hasta podemos amar nuestro oficio, nuestro hogar o nuestro jardín. Amamos nuestros libros, quizás porque son la proyección tangible, espaciosa, del alma. Amamos nuestros recuerdos, claro está, y amamos planear la felicidad. Caramba, también nos amamos a nosotros mismos. Y traten de encontrar un amor más indomable que el de una madre. No podrán.

Pero hoy, 14 de febrero, celebramos el amor romántico, el único amor que es también paradójico. Nadie lo dijo mejor que el gran Catulo, en su poema 85:

Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.

Nescio, sed fieri sentio et excrucior.

(Odio y amo. Quizás te preguntes cómo es posible. No lo sé, pero siento que así ocurre y me destroza.)

Es también, el amor, por completo insondable. Ignoramos todo acerca de su origen, sus causas, su fundamento. No ocurre lo mismo con los demás sentimientos. El miedo siempre tiene alguna razón, real o imaginaria. Otro tanto ocurre con la envidia, la tristeza, la satisfacción y hasta los celos, que son la malversación del afecto.

El amor es al revés. Jamás sabremos por qué nos pasó, por qué a nosotros con esa persona en ese momento. «El corazón tiene sus razones, que la razón no conoce», sentenció, agudo, Pascal, aunque en un contexto diferente, el del amor religioso. (Le coeur a ses raisons que la raison ne connaît point.)

Pero, hijos del rigor lógico, solemos tratar de explicar esas razones, y así nos delatamos; belleza e inteligencia figuran a la cabeza de los motivos que desencadenan -decimos, sin darnos cuenta de lo que decimos- el amor. Nada hay más subjetivo que esas dos virtudes. Compañerismo, bondad y buen humor, añadimos, para darnos cuenta, al final, de que no estamos eligiendo un producto de catálogo, que el amor se nos impone, nos sorprende, que tiene de voluntario menos que los sueños.

La Enciclopedia Galáctica de la genial «Guía para el Viajero Intergaláctico», de Douglas Adams, es implacable en este sentido. «Es demasiado complicado definir el amor», resuelve. Y añade un consejo, que es a la vez un guiño y un dictamen: «Evíteselo, de ser posible». Nadie evita a Cupido, empezando por el dios que lloró a la sombra del laurel.

El amor es el único antídoto contra ese monstruoso aislamiento al que, por definición, nos confina nuestra conciencia, que se mira a sí misma en todos, pero que ignora todo de todas las demás conciencias, como ignoramos todo acerca de los espejos

Con todo y la sumaria saeta, al amor le lleva años afianzarse. Es que contiene también una pretensión desmesurada, la de ser uno con el otro. Aunque más no sea durante la millonésima parte de un pestañeo el amor nos hará sentir un día que la distancia que nos separa de otro ser humano, y por lo tanto de toda la humanidad, se desvanece. No ocurrirá a diario. Será ese abrazo que recordaremos siempre. O aquella mirada que hizo que el mundo entero se eclipsara durante unos 3 segundos (no más que eso, créanme). Pero sabremos que por una vez no estuvimos solos.

Sabremos algo más, en realidad. El amor es el único antídoto contra ese monstruoso aislamiento al que, por definición, nos confina nuestra conciencia, que se mira a sí misma en todos, pero que ignora todo de todas las demás conciencias, como ignoramos todo acerca de los espejos. ¿Cómo se vive a sí misma la persona que duerme a nuestro lado? No lo sabemos. El amor es el único mecanismo que permite que dos conciencias se fusionen, aunque sea efímeramente, y eso es, de algún modo, garantía de que en verdad existimos. Fuera de esos raros momentos, todo es (o podría ser) una mera ilusión. Uno podría ser una ilusión.

Por eso es que echamos de menos al ser amado, y el verbo que usamos en esas circunstancias es de lo más significativo: extrañar. Es una forma de destierro.

Por eso también el amor es siempre generoso, porque no hay riqueza mayor que la de haber experimentado esa mirada, ese abrazo, esa certeza de la existencia, y tampoco hay en este mundo forma alguna de devolver semejante favor. Dicen que amor con amor se paga. Es por esto. Dicen que es mejor amar que ser amado. Es por esto. «El odio nunca ha detenido el odio. Sólo el amor detiene al odio. Ésta es una ley eterna», dice el Buda al principio del Dhammapada. Una ley eterna que seguimos sin aprender, por desgracia.

El 5 de mayo de 2000 se recuerda como uno de los más nefastos de la era digital. Ese día empezó a circular el virus ILOVEYOU, que causó daños por entre 5800 y 8700 millones de dólares, y costó otros 15.000 millones erradicarlo.

Podríamos intentar imaginar la vida sin amor. Con los instintos rasos, y nada más. Con la relojería de la supervivencia, y punto. Pero no podemos. Simplemente, no podemos, y todo lo que necesitamos es amor.

Por eso el 5 de mayo de 2000 se recuerda como uno de los más nefastos de la era digital. Ese día empezó a circular el virus ILOVEYOU, que causó daños por entre 5800 y 8700 millones de dólares, y costó otros 15.000 millones erradicarlo.

Su ingeniería social era perfecta. Prometía ese romance que siempre nos elude, porque hay una parte del amor que no es de este mundo. Prometía una carta de amor en tiempos de mails presurosos. Millones, esperanzados, le dieron doble clic al adjunto, y desataron el infierno. Conocí varios expertos en sistemas que cayeron en la trampa. Es que el amor no es ciego, sino que ciega. Tal vez porque, en el fondo, sabemos que no existe ninguna luz más valedera, aunque nos cueste una catástrofe.

Así que hoy, cuidado. Los chicos malos harán lo posible por tocar de nuevo esta cuerda con la excusa de San Valentín. Así venga de tu media naranja o de un desconocido, sea por Tinder o por Facebook, por mensaje directo, correo o chat, sea uno de esos videos im-per-di-bles con gatitos empalagosos o un link a todas luces inofensivo, pensá dos veces antes de aceptar los regalos virtuales de estos días. Abundarán los virus, el spam y las estafas contantes y sonantes. Se aprovecharán de los tórtolos que se anhelan y de los que están solos y anhelan encontrar el amor. Se aprovecharán de las parejas que llevan una vida juntos (dos vidas, en verdad) y de los matrimonios recién fundados.

Hoy preferí los regalos tradicionales, esos que nunca van a causarte un dolor de cabeza. Un abrazo, por ejemplo. Una mirada.

 

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1768278-san-valentin-excusa-para-fraudes-digitales
Por Ariel Torres | LA NACION

 

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