La vigésima edición de la Conferencia de las Partes (COP, por sus siglas en inglés) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático enfrenta en Lima, su gran reto. El objetivo es que el viernes 12 esté sobre la mesa un borrador que sirva de base al acuerdo global que se tiene que firmar en París el próximo año para reducir las emisiones de dióxido de carbono.
En Lima se mezclan estos días las prisas por sentar las bases del futuro compromiso y el optimismo que ha dejado un año de avances en materia ambiental. Los primeros pasos dados por China y EE. UU., los dos países más contaminantes del mundo, animan a la comunidad internacional y a las organizaciones a creer que la lucha puede al fin comenzar a avanzar.
El pasado mes de mayo, la Casa Blanca difundió un informe en el que alertaba a los ciudadanos de los estragos del cambio climático en Estados Unidos. La información, lejos de ser novedosa, supuso que el Gobierno del segundo país emisor de gases contaminantes constatara lo que la comunidad científica llevaba años avisando. Meses después, a las puertas de esta cita de Lima, Washington y Pekín anunciaron un compromiso conjunto para la reducción de emisiones por primera vez en la historia. “Es algo inaudito que se hayan dado cuenta y que juntos se hayan puesto de acuerdo para presentar compromisos”, dice Aida Vila Rovira, de Greenpeace.
La implicación de los dos gigantes es fundamental para el éxito de una negociación que encalla una y otra vez en el tamaño del compromiso que debe asumir cada país para lograr que el calentamiento global no supere la barrera de los 2 grados (hasta ahora lo ha hecho 0,8 grados), límite marcado por los expertos para no lamentar consecuencias catastróficas en el medio ambiente. La ONU considera que el objetivo a largo plazo es reducir las emisiones a cero el próximo siglo y entre un 40% y un 70% para 2050. Los objetivos parecen claros, pero a la hora de la verdad los países se miran unos a otros para medir sus compromisos.
Con China y EE UU en la dirección correcta por primera vez, al menos en apariencia, otro de los obstáculos es la brecha que existe entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo. Entre ricos —y altamente contaminantes— y pobres —y altamente vulnerables a los efectos ambientales—. La cumbre de Copenhague de 2009, que terminó sin acuerdo, fue escenario de las diferencias entre ambos. Los países en vías de desarrollo exigieron a los países ricos partidas económicas para hacer frente a los efectos del cambio climático. La petición se tradujo en la creación del llamado Fondo Verde, que días antes del comienzo de esta cumbre de Lima sumaba casi 10.000 millones de dólares, aún muy lejos del objetivo establecido en 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020. La ONU ya ha alertado de que la capitalización de este fondo es fundamental para que las negociaciones de cara a París salgan adelante.
Esta semana en Lima se hablará de financiación, de combustibles fósiles, del desarrollo de las energías renovables, de la reducción de emisiones en una carrera contra reloj para dar forma al ambicioso acuerdo global que se espera que llegue en París en diciembre de 2015 para sustituir al ya obsoleto Protocolo de Kioto. El planeta respira estos días a través de los 11.500 delegados de 195 países que tienen en sus manos volver a fracasar o empezar a hacer historia.
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