San Rafael, Mendoza viernes 29 de marzo de 2024

El jugador número 12: cómo el Patón Bauza se convirtió en la figura

bauzaHay que viajar en el tiempo para descubrir el factor Bauza. No demasiado, en realidad: hacia enero pasado. Es un caso extraño. San Lorenzo , el campeón del torneo Inicial, regresa al trabajo en el magnífico Sofitel, de Cardales, pero el foco no son los ganadores. Ni los pibes, ni los grandes: ni siquiera el recuerdo de lo reconfortante que sucedió apenas días atrás. La salida de Juan Antonio Pizzi abre el juego: es el tiempo del Patón. Debe potenciar a un campeón. Hacer crecer, madurar, despegar desde el campo internacional. «A los técnicos sólo nos llaman cuando hay un quilombo de novela. Esto es atípico», responde. Es presentado, básicamente, para ganar la Copa Libertadores . «Sabe cómo ganarla», suscribe el presidente Matías Lammens. «Desde que llegué, en Ezeiza, en la calle y hasta hace un rato, todos me piden lo mismo: que ganemos la copa. Los hinchas son pasionales, está bien que sueñen. Y… sí, la prioridad es la Copa», rubrica.

La obsesión está a un metro de convertirse en felicidad. El sueño, en realidad. Sufre la gota gorda, casi se cae de la estantería con un par de tropiezos domésticos y un sendero de espinas en aquella primera rueda del Grupo 2. Saca la cabeza del barro: ve la luz. Acepta las críticas externas, se apoya en el afecto del plantel, no se marea en el lodo ni en el paraíso. Metódico, estudioso, cauteloso, copero hasta la médula. Eso es el Patón, indispensable en el camino a la gloria: un fanático del fuego directo cruzado. San Lorenzo se convierte en candidato, alcanza la primera final de la historia, en los cruces cuerpo a cuerpo. Mano a mano.

«Es un torneo traicionero. Para ganar la copa hacen falta jerarquía, experiencia y solidez», suscribe, algunas horas antes de la cita azulgrana mayor con la historia. Campeón con la Liga Universitaria de Quito en 2008, justo luego de aquel cruce traumático y por penales contra el conflictivo plantel azulgrana que dirigía Ramón Díaz, en los cuartos de final, se siente en plenitud. Conocía la desconfianza general por sus pasos confusos en el ámbito local, como en el caso de Colón y hacía siete años que no pisaba el césped casero. Pero el hombre de 56 años nacido en Granadero Baigorria es un sabueso futbolero. Confeccionado en la adversidad.

Costó un tiempo la adaptación. Un par de meses. En ese lapso, el equipo pasó de ser atrevido a equilibrado. Casi se cae del mapa, si no le ganaba por 3 a 0 a Botafogo en una noche inolvidable de primera rueda. Soportó la desconfianza y se aferró a su estilo. «¡Tuve que defenderme de cada crítica! Pasé malos momentos, pero nunca desconfié de mí; el medio suele ser cruel. Que éramos mezquinos, que no atacábamos, que les daba la orden a los jugadores de que sean defensivos. Que no podían pasar la mitad de la cancha. Yo creo en el equilibrio. Defender y atacar, con el orden como premisa», saborea ahora.

Se acababa todo, parecía, aquella noche del 20 de marzo en Santiago. Unión Española 1-San Lorenzo 0, el principio del fin. Ése fue el puntapié, según la palabra del Patón, analítico y sensitivo. «Sentí que habíamos encontrado algo. Fue esa noche, que casi quedamos afuera de todo. Entro en el vestuario y todos estaban destruidos, con la cara de culo más grande. Les dije que ese día, esa noche, habíamos encontrado el equipo y al grupo. Que a partir de ahí empezaba una nueva etapa; no era sanata, lo sentí, lo vi. Tengo experiencia, no soy un improvisado. Ahí empezó todo», confiesa ahora.

Villalba como un impensado volante. Recuperar el brillo del viejo pac man, Mercier y Ortigoza. Romagnoli reinventado. Mas, con oficio y confianza. Matos como sorpresivo número 9, por sobre Blandi y Cauteruccio. Cambios que ingresan y responden, como Barrientos, como Verón. Como Prósperi. Cómo se construye un campeón copero. El manual lo tiene en la repisa. Por eso, abandona el paraíso Terrazas del Morral en el verano pasado. Quito, con sus quebradas, con sus silencios, con sus colores, rodeado de valles y volcanes. «Yo llegué a un equipo campeón. Un técnico nuevo que tenía que conocer al plantel, verlo desde adentro, en las charlas, en los mensajes directos. Sabía que llegaba con la obligación de pelear por todo. Y que era el último campeón, algo totalmente diferente para un entrenador que suele entrar con un equipo derrotado. Yo siempre sentí la presión, la obsesión, la locura por ganar la Copa. La disfruto? y la sufro todos los días», reconoce ahora. Hace ocho meses, lo sedujeron por esta locura. Ahora, el Patón pisa fuerte. Tan fuerte como puede.

Fuente: Canchallena

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