RIO DE JANEIRO.- Ellos saben que la memoria colectiva distingue a los campeones y por eso, de una vez por todas, quieren pertenecer a ese club de inmortales. La Argentina no es favorita y ellos lo disfrutan. Se regodean. La selección siente que la histórica rivalidad con Alemania aparece justo en la final de la Copa del Mundo, quizá, con el oportunismo de un designio reparador. Porque la resonancia de un triunfo en este clásico moderno tendría maravillosos efectos sanadores. Y en el Maracaná, con bonus extra.
En el Azteca de México, en el Olímpico de Roma. O en Río de Janeiro. Toda la mística del torneo más trascendente del planeta se pondrá a disposición de un encuentro que entiende como pocos de pasiones, las que entrarán en juego a partir de las 16, cuando la Argentina y Alemania definan por tercera vez un Mundial. La selección, subida a su voraz determinación, saldrá a la caza de un sitial extraviado. Porque nunca perdió prestigio, pero el 86 ya quedó demasiado lejos. Tanto, que ni Messi había nacido.
De repente, el fútbol se disfraza de una excentricidad que muchas veces sólo busca evasión. Está tan instalado en la conciencia colectiva de los argentinos que esta tarde el país estará atrapado por una desproporción. Por un sentimiento incapaz de ofrecer siquiera un boceto de explicación para esa fiebre albiceleste de aquí y allá. Es que han sido tantas las decepciones. Estar parado a 90 minutos de ser campeón del mundo produce vértigo, pero los futbolistas quieren ser héroes para siempre. Y el resto de la nación, al menos héroes por un rato. El escenario no puede ser más cautivante: Brasil. El rival de siempre, testigo en el patio de su casa. Si entre argentinos y alemanes ninguno está dispuesto a bajar la mirada, un empate extenderá las emociones al tiempo extra o llegarán los penales, un escenario que los germanos dominan con tanta autoridad que jamás perdieron una definición en su historia mundialista.
Geográficamente, el conjunto de Sabella vuelve al punto de partida. Prácticamente otro seleccionado pisará el Maracaná, muy distinto de aquel del debut, hace 29 días, con Bosnia. La Argentina aterrizó con las individualidades más explosivas del certamen y se convirtió en una formación de comprobada fortaleza. Insinuó y decepcionó en la etapa de grupos, pero empezó a rastrear certezas desde los octavos de final. Abandonó la exhibición que nunca llegó y se atrincheró en el equilibrio. Lesiones y deméritos le permitieron a Sabella intervenir el equipo. Entonces apareció la épica a medida que se redujo la audacia.
Las lágrimas en Italia 90, el papelito de Jens Lehmann en 2006 y la paliza de 2010. Tres mazazos. Sin los Fantásticos, Sabella apostó por los Guerreros. Y con ellos jugará el partido de su vida. Un bloque corto y dispuesto a respaldar las marcas. Con Enzo Pérez más contenido que Di María, un pieza irrepetible que ofrecería un cambio de ritmo que la selección extraña. Fideo ayer probó, pero sintió molestias. Así, los signos vitales de la selección responden a su vena competitiva y a la ilusión que nace del crack, Messi.
Quizá Messi nunca más esté tan cerca de convertirse en leyenda. Más allá de todos los Balones de Oro. El día es hoy. Apenas dos goles anotó la Argentina en los últimos 330 minutos, tan cierto como que mantiene el arco invicto desde los octavos. El cañoneo de Messi, que había convertido cuatro al principio, se detuvo. Y no es casual. El capitán hizo una enorme concesión en beneficio del estilo colectivo. La recortada fluidez del juego ha comprimido a la Pulga. Necesita socios para un mayor radio de distracción, pero él no se ha guardado ni una gota de sudor. Así de involucrado está, mientras espera desanudar su ovillo goleador.
Alemania es el natural candidato, es el mejor seleccionado de la Copa. Pero el fútbol se lleva mal con las previsiones. Una final está sometida a una fuerte carga psicológica que muchas veces condiciona los resortes futbolísticos. Sobran ejemplos en los que el que figuraba más abajo detecta en esa subestimación la motivación para impulsarse. La Argentina ocupará el vestuario visitante, donde anidan los recuerdos del Negro Jefe, de don Obdulio Varela.
Conceptualmente, el conjunto de Löw tuvo un fútbol más rico y ambicioso, mientras que la propuesta albiceleste ha sido más plana y conservadora. En el campo individual, la Alemania contracultural también saca una luz con el poderoso póquer ofensivo que integran Müller, Kroos, Ozil y el hombre récord, Klose, que ya le convirtió tres tantos entre 2006 y 2010.
También cruzó su rubicón (en los dos últimos mundiales, tras eliminar a la Argentina, perdió en semifinales para conformarse con el tercer puesto) y quiere el titulo. El cuarto. Construyó esta generación para eso y está en su punto de madurez. A la «Mannschaft» le sobran recursos, pero mostró algunas grietas: cuando pierde la posesión, si se juega rápido y largo, es posible encontrar mano a mano y en línea a los defensores. Le pasó contra Argelia y sufrió.
La selección, escasa en juego pero abundante en confianza, puede sentirse orgullosa por restaurar la afrenta de 24 años sin pisar la definición. Llega tras un tiempo extra y con un día menos de descanso, pero el recorrido global de los alemanes fue más agotador. Así, el impulso anímico será gravitante. Schweinsteiger no lo podía resumir mejor: «Mascherano es el líder de una manada de lobos». En el durísimo escollo de Alemania también está la oportunidad de darle lustre al final de la obra. Los jugadores argentinos están agazapados, hambrientos, con su espíritu devorador. Se ganaron el derecho de golpear las puertas de la gloria.
Por Cristian Grosso | canchallena.com
http://canchallena.lanacion.com.ar/1709472-ante-alemania-la-argentina-golpea-las-puertas-de-la-gloria
Sé el primero en comentar en «Ante Alemania, la Argentina golpea las puertas de la gloria»