Otra paradoja en la tierra donde reina el fútbol: la Argentina cautiva más a los brasileños que su propio seleccionado. Eso sucede al menos en esta ciudad, donde la rivalidad futbolera es un estilo de vida y que está atravesada por dos equipos: Cruzeiro y Atlético Mineiro. El zorro y el gallo, según sus nominaciones populares.
Ronaldo Guimarães tiene 59 años y es profesor de educación física. Es un fiel exponente del ascenso social que se dio aquí a partir de la presidencia de Lula. En la última década accedió a una vivienda propia, compró un auto y obtuvo un trabajo formal. Ronaldo soportó ayer tres horas bajo un sol canicular para obtener dos entradas para ver el entrenamiento de hoy del seleccionado argentino. Irá con uno de sus hijos. Ambos lamentan la ausencia del defensor Nicolás Otamendi, ex jugador de Mineiro. «Queríamos ver a Otamendi, lo queremos mucho aquí por su paso por el gallo. Una lástima que se haya quedado afuera del plantel. Pero también estamos ansiosos por ver a Messi, a Di María y Agüero», se entusiasman.
Como el de Ronaldo Guimarães hay muchísimos otros casos en esa larga hilera que se extiende por la calle Pitangui y que dobla en caída por Montigo. El declive del morro no permite distinguir el final de la fila. Son miles. Salvo algún argentino, hay una abrumadora mayoría de brasileños. Desde la madrugada, la imperturbable tranquilidad del barrio Horto se alteró cuando cientos de personas desde distintos puntos de la ciudad se agolparon en el acceso del estadio Independencia, la casa del club América, más conocida por haber sido una de las sedes del Mundial de 1950.
La gente esperó durante horas por un boleto para asistir hoy, a las 18, al primer entrenamiento abierto al público del equipo albiceleste. Todos con un mismo propósito: cumplir el deseo de ver de cerca a las estrellas que suelen mirar los fines de semana por la televisión. Sobre todo, a Messi.
Inicialmente se iban a distribuir 4000 entradas, pero como la demanda superó las expectativas se amplió sólo a 10.000, a pesar de que la capacidad total alcanzaría los 23.000 espectadores. Así y todo, quedó muchísima gente con las manos vacías. Hubo un episodio que marca una diferencia casi cultural con nuestro país: la desconcentración de la multitud que se quedó sin entradas se desarrolló en un parpadeo, en silencio y en paz, pese a que la larga espera haya sido totalmente en vano.
Durante la espera, Matheus Nede, un joven de 16 años, se entusiasmó y se compró a 30 reales [unos 120 pesos] la camiseta suplente de la Argentina con el número 10 en la espalda y el nombre de Messi. «Ya tengo la [camiseta] de Brasil, pero quería la del futuro campeón del mundo», dice Matheus, que simpatiza, además, con el seleccionado alemán. ¿Y por qué no con el equipo de su país? «Brasil no juega bien. Tiene solamente a Neymar. No me gusta el equipo», lanza desganado. En la fila, otras personas comparten su opinión.
Los muchos hinchas de Cruzeiro que se agolparon en el estadio Independencia se llevaron una agradable sorpresa. Desde el balcón de una casa en Pitangui 3111, el argentino Juan Pablo Sorin, ídolo del club brasileño, salió al aire para un canal de televisión local. Tal vez no haya otro argentino como él que conozca tan bien la idiosincrasia futbolera de Belo Horizonte. Jugó y vive en la ciudad desde hace años.
La aglomeración no logró tapar el descontento de algunos brasileños con el Mundial. «Fila modelo FIFA», se lee en una pancarta verde con letras negras que exhibe Tulio Generoso, un joven de 18 años. Tulio viajó media hora en colectivo desde Barrio do Prado para llegar al estadio Independencia con la intención de manifestar su enojo por la suba de los precios. «¿Cómo es posible que un sándwich haya subido el doble en apenas una semana? Los precios se dispararon por el Mundial. Alguien es responsable», protesta.
Desde la llegada del seleccionado argentino y ante el inminente campanazo de largada del Mundial, Belo Horizonte recién ahora comienza a tomar temperatura mundialista. El retraso en las obras de infraestructura, las protestas sociales y el caos del tránsito ya fueron relegadas por la pelota. Se terminará de comprobar tal vez hoy, con la primera práctica abierta de Messi y compañía. La disposición de arroparse del calor de los locales no sería una casualidad: respondería a un acuerdo de palabra entre las autoridades de la AFA, la FIFA y el estado de Minas Gerais, cuyos pobladores dieron ayer una muestra de que su equipo favorito no viste de verde y amarillo.
Fuente: Canchallena
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