Una mujer, un obispo, y el jesuita y poeta que fundó la ciudad de San Pablo en Brasil: son tres vidas de novela las de estos religiosos que actuaron todos en el Nuevo Mundo entre los siglos XVI y XVII
Francisco canonizó por decreto a José de Anchieta (1534-1597), el jesuita canario que escribía poemas, fundaba ciudades en Brasil y defendía a los indígenas; a Marie Guyart (1599-1672), la francesa que, al enviudar, se hizo monja y fue a Canadá donde se dedicó a la instrucción de las niñas indígenas; y a François de Montmorency-Laval (1623-1708), el misionero y obispo, también francés, que viajó por todo Canadá excomulgando a los que vendían alcohol a los indígenas.
Estos tres misioneros habían sido beatificados en 1980 por Juan Pablo II quien en aquel entonces destacó especialmente la labor del llamado «apóstol del Brasil» con estas palabras: «Un incansable y genial misionero es José de Anchieta, que a los 17 años (…) decide dedicarse al servicio de Dios. Habiendo ingresado en la Compañía de Jesús, parte, el año 1553, para el Brasil, donde, en la misión de Piratininga, emprende múltiples actividades pastorales con el fin de acercar y ganar para Cristo a los indios de las selvas vírgenes. (…) Su celo ardiente le mueve a realizar innumerables viajes, cubriendo distancias inmensas, en medio de grandes peligros. Pero la oración continua, (…) la unión íntima con Dios, la devoción filial a la Virgen Santísima (…) dan a este gran hijo de San Ignacio una fuerza sobrehumana, especialmente cuando debe defender contra las injusticias de los colonizadores a sus hermanos los indígenas».
«La loca de Dios»
Mística y misionera católica del siglo XVII, María de la Encarnación Guyart fue una mujer excepcional a la que el amor a Dios llevó a vivir una verdadera aventura acometiendo empresas reservadas a los hombres en aquel tiempo. Fue una religiosa contra la corriente que se dedicó a traducir los evangelios a las lenguas autóctonas, en vez de imponer la suya.
Su vocación religiosa había sido temprana, pero fue obligada a casarse a los 17 años. Tuvo un hijo, Claude, y quedó viuda a los 19. Cuando el niño cumplió 12, confió su educación a un familiar e ingresó por fin al convento, concretamente al monasterio de las Ursulinas. Pero su vocación era misionera y en 1639 partió hacia Québec para fundar allí un monasterio de las Ursulinas. «Hay tanto para sufrir en mar para personas de nuestro sexo y condición que hay que experimentarlo para creerlo», decía.
Durante 40 años, le escribió cartas a su hijo que había permanecido en Francia y al que no volvería a ver. Es a través de esta correspondencia que se conoce su pensamiento. Los textos de Maria revelan a una mujer extremadamente inteligente pero también moderna, en constante búsqueda espiritual.
Su objetivo era evangelizar a los amerindios. Pero, a diferencia de otros en su tiempo, consideró necesario aprender la lengua autóctona para acercarse a ellos.
«Cada año, llega gente de todas partes a la Universidad Laval, de Brasil, de Argentina y de Francia para estudiar, aún hoy, los escritos de María de la Encarnación», dice Marie Tifo, una actriz que la encarnó en una obra teatral de mucho éxito –»La Loca de Dios»-, estrenada en el año 2008, al cumplirse 400 años de la fundación de Québec.
La vida de Maria Guyart es una demostración de que no existe contraste entre la búsqueda y contemplación de Dios y la actividad apostólica más decidida.
El español que fundó Sao Paulo en el siglo XVI
José de Anchieta fue un hombre polifacético: poeta, dramaturgo, diplomático, maestro, filólogo, gramático, naturalista, enfermero, misionero… E hizo de todo: construyó colegios y hospitales, produjo milagros, compuso poesía, fomentó la ciencia y fundó San Pablo, la que hoy es la ciudad más populosa de América.
Este jesuita es un símbolo, entre otros, del nacimiento del Nuevo Mundo y al mismo tiempo de su evangelización.
«José de Anchieta dejó profundas marcas en el inicio de la colonización y la evangelización de Brasil. Creo que él merece recibir el culto de toda la Iglesia. Es una persona que marcó nuestra historia desde el inicio», dijo el presidente de la Conferencia Episcopal brasileña y arzobispo de Aparecida, Cardenal Raymundo Damasceno Assís.
Anchieta nació en 1534, el mismo año en que San Ignacio fundaba la Compañía de Jesús. Era hijo de un rico hidalgo vasco que lo envió a la edad de 15 años a estudiar en la prestigiosa Universidad de Coimbra junto con su hermano Pedro, mayor que él.
A los 17 años, ingresó en la orden jesuita. Fue enviado a Bahía en el año 1553. Y de allí a San Vicente, hoy Santos, en el sur del país. Una tormenta hizo zozobrar su barco y mientras se arreglaba el navío, él hizo contacto con indígenas amistosos y se dedicó a aprender su idioma.
Al año siguiente, fundó junto al padre provincial Manuel de Nóbrega una aldea misional en Piratininga, que sería el germen de la ciudad más grande de Sudamérica en nuestros días. Lo que él fundó como un colegio en 1555 se convertiría en Sao Paulo.
En el colegio, Anchieta enseñaba gramática, tanto a los hijos de los portugueses como a los nativos. Aprendió rápidamente el tupí-guaraní y fue fundador de su filología ya que escribió la primera gramática, el primer diccionario y el primer catecismo en esa lengua. También escribió poesía y teatro en tupí.
Estudió las plantas y la fauna de la región, y aprendió los secretos de la medicina natural practicada por los indígenas. Enseñó a los aborígenes a fabricar casas de adobe y a obtener fibras textiles de los cardos para fabricar alpargatas.
Pero también intentaba cambiar algunas costumbres locales como el consumo excesivo de chicha o la antropofagia.
No faltaron los enfrentamientos entre tribus, muchas veces manipuladas por los blancos –portugueses versus españoles, por ejemplo-, en los que Anchieta debió mediar o quedó como rehén. Pero en ninguna circunstancia dejó de evangelizar, de escribir y de componer poemas.
Llegó a ser provincial de los jesuitas de Brasil en 1577.
Amenaza de excomunión
François de Montmorency-Laval fue el primer obispo de Québec, por entonces Nueva Francia, hoy Canadá.
Era miembro de la alta nobleza francesa, emparentada al rey. Fue ordenado sacerdote en 1647 y llegó a América del Norte en 1663, donde fundó el Seminario de Québec.
Fue un pastor incansable y recorrió su diócesis a pie y en canoa, prestando especial atención a la que llamaba gente de las «primeras naciones», cuya dignidad defendía, combatiendo en especial a los comerciantes que, para explotar mejor a los indígenas, los corrompían con aguardiente. De Montmorency los amenazaba con la excomunión.
Llegó a ser gobernador provisorio de la Nueva Francia en dos oportunidades en 1663 y en 1682.
A diferencia de María de la Encarnación, no dejó tantos escritos. Pero en algunas cartas enviadas a amigos desarrolla el concepto de desapropiación o renunciamiento como ideal de vida cristiana: pobreza, humildad, privaciones, puesta en común de los bienes; es decir, el compartir de modo fraternal.
Fuente: Infobae
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