Creció en la televisión y hoy, como conductor, es el comodín imbatible de El Trece, con dos ciclos al aire: “A todo o nada” y “Los 8 escalones”. En radio, reemplaza a Pettinato en La 100. El estilo, las ambiciones y los recuerdos del “nene de Pelito”.
San Cayetano lo viene apuntalando. A su trabajo en A todo o nada (de lunes a viernes a las 18.30, El Trece) yLos 8 escalones (lunes a las 22.45), este año le sumó la conducción en La 100 (No está todo dicho, lunes a viernes a las 6), en la franja histórica del emigrado Roberto Pettinato. Y todavía más: desde el 14 agregará un especial de su ciclo diario (viernes a las 21.15) y desde el 17 sumará una edición a Los 8 escalones (los miércoles). Multiplicado, el muchacho del apellido polaco duerme menos de lo que habla.
De tarde, en pantalla, vende matafuegos con el mismo ímpetu con que corretea perros. De noche desacelera motores, en un juego televisivo de cultura general en el que lo acompañan Gerardo Sofovich e Iván de Pineda. Por la mañana en el dial, con los ojos todavía pegajosos, Guido es notablemente otro.
¿Cuál de los dos extremos sos en la vida real? ¿El eufórico de la cámara o el pausado de la radio?
Soy ambos, pero más el Guido serio. La gente se lleva una sorpresa en radio. Soy el que toma mate relajado repasando la actualidad. En la vida no voy tan arriba y a los gritos. Puede ser que el ritmo del programa de televisión me lleve a ir al palo.
Te acusan de gritar demasiado y sin embargo ahora en radio se te escucha como domado…
Puede ser que el contexto me lleve a elevar la voz más de lo que me gustaría. Pero no reniego de ninguno de mis modos. Uno que ama sus capacidades tiene que aprender a tenerle cariño a sus limitaciones y resignarse, y de eso hacer lo mejor posible.
Guido cuenta 32 años de televisión y varias rarezas. Cuando hace unos años arengaba con el Bariló Bariló, en Asia compraron el formato y un conductor vietnamita le copiaba los tics. El año pasado hubo domingos en que su programa le dejaba a Jorge Lanata un piso de 14 puntos. Algo habrá aprendido de esa máquina trituradora a la que conoció a sus cuatro años en épocas de Pelito. “La tele no es nada, uno es la tele, la tele somos los que la hacemos, por eso no me gusta cuando alguien que forma parte habla mal de ella. No puedo pensar a la tele como a una cosa separada de mí”, dice serio el que creció sin complejos de niño actor.
A los cuatro años viajaba desde Moreno a Constitución para acompañar a su hermana Analía a Pelito. Una noche su madre lo sentó en el sofá-cama y le comunicó que eso que tanto le había implorado al productor Jorge Palaz se había cumplido: tenía que ponerle cuerpo a una escena. Catarata de trabajos. Que Clave de sol, que el Arbol azul, que Chicas y chicos. A los 10 años Susana Giménez lo invitó al living y se desarmó cuando el purrete le admitió que con la fama “las chicas te besan, pero no en la boca”. Hoy Guido no ejerce como actor.
¿Qué pasó?
No lo necesito. Al menos por ahora. Dicen que los actores se van para la conducción y yo pienso que es así, el conductor tiene que recurrir un poco a la actuación. Es completamente histriónico y en televisión en definitiva hay que actuar, porque actuar es jugar y construir algo que no está. El espíritu lúdico de la actuación está en todos lados.
¿Cómo fue ese inicio que pocos conocen junto a Mareco?
El programa se llamaba Homenaje y yo tenía 6 años. En Clarín salía publicado “El nene de Mareco”. Era la época de Badía y cía. De repente entraba Goyeneche, y todos los grandes, y yo no cazaba una. Sólo sabía que si hacía algo iba a llamar la atención. Mareco era mi ídolo total. Se abrían dos placas de madera con varillas en este mismo estudio, roldana en ese entonces, y el tipo se daba vuelta y presentaba. Un tipo de una facilidad de palabra y una musicalidad increíble. El primer recuerdo que tengo es que me sentó en el programa y me dijo ‘Te voy a contar la historia del mate. Y cómo se hace un mate’. Una poesía increíble. Yo calladito, y le pregunto ‘¿Y la bombilla?’ El público se reía y hoy me doy cuenta de que se reían del elemento fálico encubierto que era la bombilla.
¿Por qué decís que tenés algo de la impronta de los de antes?
No cruzo ciertos límites. Una cuestión de buen gusto, pero no desde el lugar de lo que debe ser. Me gusta ser cuidadoso.
Kaczka es cuidadoso, al menos cuando da entrevistas. Casi que aparenta tímido. Toda esa pila de nervios que simboliza cuando se prende la luz roja, se deshincha en el camarín. Después de su separación de Florencia Bertotti y el posterior bombardeo mediático de posibles teorías, está calmo, en pareja desde hace dos años y con “ganas de ser padre otra vez”: “La tele todo lo inflama y ya pasó. Como trabajador de la televisión acepto las reglas. Lo que no mata, fortalece, y eso aplica para la tele y para el vecindario. Todos hablan”. Padre de Romeo, de cinco años, sabe que si el niño un día pide pisar el umbral de la televisión, no se podrá negar. “Es raro porque al respecto tengo dos miradas. Una es la que diría en general: mejor que los chicos estudien y jueguen. Pero la vida siempre se presenta en casos particulares. En mí era una pasión, como en Gabriela Sabatini el tenis, y es malo cortarle el deseo a un chico”.
El chico vuelve siempre. La charla salta del pasado al presente y Guido, que nació antes de tiempo porque “el médico tenía que irse de vacaciones y apresuró la cuestión”, usa la metáfora de la incubadora. “En el Sanatorio Güemes tuve que estar unos días en incubadora. Yo digo que nací antes para dar un poco de ventaja. Me quedó la idea de que aparecí antes de tiempo y la tuve que pelear. Y hoy soy un remador, pero no un remador de esos que pueden hacer cualquier cosa”.
¿Hasta dónde? ¿Qué será en diez, quince años, de ese que asomaba las narices por los decorados de El Trece y hoy duerme apenas cinco horas por adueñarse de la pantalla? ¿Qué tan ambicioso es? “No hago futurología”, dice mientras el televisor de su camarín chilla. “No hago planes ni pienso a dónde voy a estar. Voy viviendo despacito”.
Fuente: Diario Clarin
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