San Rafael, Mendoza viernes 22 de noviembre de 2024

El Papa Francisco: una barrera para las iglesias evangélicas en América Latina

Francisco FeEn este 2014 en el que siete presidentes latinoamericanos serán elegidos y otros dos asumirán el cargo para el que fueron votados el pasado año, hay, sin embargo, un presidente in pectore de toda América Latina: el Papa de Roma, cuyo tránsito inicial ha despertado enormes esperanzas en el mundo entero y no solo en esa familia de entre 1.100 y 1.200 millones de fieles que la Iglesia computa como suyos.
Jorge Mario Bergoglio, como se llamaba antes de acceder al solio pontificio con el nombre de Francisco, ha entusiasmado por su talante, sencillo, directo, nada euro-céntrico, dispuesto a combatir la corrupción vaticana y el derroche de una Iglesia que un día se concibió como amparo del necesitado.
Pero la carga de profundidad implícita que comportaba su elección en marzo pasado va dirigida a América Latina.
Los países americanos reúnen todavía hoy el mayor número de católicos –o mejor diríamos ¿bautizados?- del planeta. De sus 540 o 550 millones de habitantes, de los cuales dos terceras partes hablan español y el resto, portugués, entre un 75% y un 80% permanece dentro de la Iglesia de Roma, cuando hace solo medio siglo era bastante más del 90% . El grueso de esa diáspora de la fe se ha convertido a una u otra secta del protestantismo pos-calvinista norteamericano, los llamados “evangélicos”. Y el Vaticano, por fin, ha hecho cuentas y entendido donde tiene que poner toda la carne en el asador, si quiere hablar con voz normativa en el emergente mundo latinoamericano.
De los 12 primeros cardenales electores –menores de 80 años, con voto en la convención para elegir Pontífice- que el Papa nombraba el pasado 12 de enero, nueve procedían de América Latina, y los restantes de Asia y África. El próximo 22 de febrero recibirán el birrete cardenalicio los arzobispos de Managua, Leopoldo José Brenes; de Río de Janeiro, Orani Joao Tempesta; de Santiago de Chile, Ricardo Ezzati Andrello; y de Buenos Aires, Mario Aurelio Poli, además de Chibly Langlois de Haití.
El Papa Francisco no parece especialmente interesado en modificar el dogma y la enseñanza secular de la Iglesia, pero le está dando una nueva imagen a la institución y, sobre todo, parece empeñado en reformar la manera en que opera y está dirigida, para hacerla más inclusiva y acorde con su vitola pastoral. Todo ello se traduce en América Latina en un esfuerzo por contener la hemorragia de conversiones a una variedad de iglesias “milagreras”, propensas al “happening” cristológico. Sin los países americanos, el catolicismo no sería el mismo, porque allí se dio la evangelización por antonomasia. Y con ese retroceso la política exterior española se resiente gravemente porque la imagen de la antigua metrópoli está íntimamente ligada a esa evangelización, aunque se efectuara a sangre y fuego, como recuerda frecuentemente el presidente boliviano Evo Morales, mientras reivindica deidades ancestrales como la Pachamama, o Madre Tierra. La eventual conversión de América Latina a otras modalidades autoproclamadas del cristianismo sería muy negativa para España y, en menor medida, para Portugal, porque una elite dominada por representantes de las iglesias reformadas se habría educado entre la indiferencia y la hostilidad a los países ibéricos.
Esa penetración del protestantismo afecta tanto a la América andina y caribeña como mesoamericana o mexicana, y aunque está presente en todas las capas de la sociedad, recluta gran número de seguidores entre la población no blanca, como negros, indígenas y otros grupos étnicos. Su mayor “cabecera de playa”, probablemente, haya que buscarla en América Central, donde la desigualdad y el dominio político-económico del “criollato”, han sido, junto con Colombia, excepcionalmente visibles. En Guatemala, donde ya existen evangélicos de tercera o cuarta generación, hay quien fija entre un 40% y 50% el número de adeptos a estos credos. La Iglesia Católica maneja una cifra más modesta (25%) lo que es perfectamente compatible con lo anterior porque, al igual que en otros países centroamericanos, es normal la doble contabilidad, o que un mismo feligrés aparezca en los cómputos del catolicismo en el que nació, y en el de los hermanos de una u otra doctrina, sin que por ello haya sido dado de baja en la fe originaria.
Guatemala ha tenido ya dos presidentes evangélicos, el general Ríos Montt, por medio de un golpe, y en elecciones, el converso, también dado a tentaciones golpistas, Jorge Serrano Elías, y se está produciendo una penetración que toca a lo más central del poder, el Ejército, institución donde no funcionan tanto, como entre la aristocracia económica y burocrática, los criterios de exclusión por motivos raciales. Asimismo, debería retener el mayor interés papal, Brasil, que con más de 140 millones todavía es el país con más católicos del mundo, pero donde la Iglesia de Roma experimenta una pérdida significativa, que hoy la reduciría a un 70 o 75% de bautizados, lo que explica el reciente viaja del Papa a esas tierras.
Bergoglio tiene también una cierta conversión personal pendiente. Puestos a elegir un Papa periférico, los 120 electores se pronunciaron por el menos iberoamericano de la tribu, un ítalo-argentino que es casi el mínimo común denominador de lo latinoamericano. Pero el Papa ha elegido, significativamente, para ejercer su ministerio un patronímico tan universalmente español como Francisco. Estamos ante un proceso de latinoamericanización, que en Argentina resulta menos evidente porque su número de ciudadanos de descendencia no europea no pasa del 10%. Por todo lo mencionado, el desarrollo de la imagen papal estará probablemente orientado a ir dejando progresivamente de ser Jorge Mario Bergoglio para encarnarse en el Pontífice Francisco.
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