Dando el ejemplo que muchas veces los grandes no somos capaces de dar, alumnos de escuelas primarias y secundarias de los barrios El Molino y Pobre Diablo, pintaron murales para decirle «no a la discriminación».
Los pequeños artistas de las escuelas padre José Carrone, Juan Teram, Luis Gamboa y El Molino, dieron rienda suelta a su imaginación. El trabajo lo realizaron en garitas de colectivos y paredes de ferreterías, almacenes y viviendas particulares.
El objetivo de esta movida, que tuvo muy buena recepción en la comunidad educativa y el vecindario de ambas zonas busca, por sobre todo, la integración de las personas, sin importar su educación, poder adquisitivo, color de piel u orientación sexual y religiosa. Por eso, la principal consigna fue “Mi ropa, mi cara y mi barrio no son delitos”.
Con delantal y las manos manchadas de témpera, Brian pintó una familia, y sus compañeras Brisas, Valentina, Camila y Sofía le pusieron colores a su creación. “Estamos contentos”, “nos gustaría pintar muchas más paredes” o “no dormimos esperando este día”, fueron algunas de las escuetas frases de los chicos, a los que no se veía con muchas ganas de hacer declaraciones.
Uno de los murales destacados fue el que representaba un Mapamundi, desde cuyos continentes surgían manos solidarias. Una paloma de la paz con la espiga en su pico, un arco iris gigante, sillas de ruedas, chicos negros, blancos, gordos y flacos, fueron otras de las inspiraciones de estos émulos de Pablo Picasso o Leonardo Da Vinci.
A cargo de la coordinación social del Programa de Mejoramiento Barrial, Silvia Sorroche destacó la buena onda de los frentistas, quienes ofrecieron desinteresadamente las paredes de sus propiedades. “La idea es y seguirá siendo la integración de las familias, de los niños de Pobre Diablo y El Molino y de la comunidad entera de San Rafael”, precisó.
Para formar parte de esta movida, los chicos de las escuelas primarias y secundarias, pintaron – en una primera etapa – dibujos relacionados con la no discriminación. A los ganadores los esperaban luego seis murales que debieron llenar – bajo la orientación de un artista urbano – con mucho arte y color.
La trabajadora social Silvia Frugoni siguió de cerca cada uno de los trabajos, al igual que los padres de los niños y adolescentes. A su entender, los murales reflejan un desesperado llamado a la igualdad y a la no discriminación del lugar donde viven. Los vecinos, muchos de ellos con gusto y sorpresa, colaboraron con pinceles, recipientes, y alguna que otra botellita de agua o jugo, para que los rayos de sol no le ganaran la batalla al arte callejero.
Las pinturas fueron aportadas por el Instituto Provincial de la Vivienda.
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