El sobrino de Eduardo Falú es un excelente instrumentista y maestro, formado entre la academia y la guitarreada. Hoy confirma su feroz autocrítica: “Nunca estoy conforme con lo que hago”. Este sábado presenta sus tres nuevos discos.
“Se me dio por recopilar estas cosas”, dice mientras saca de la biblioteca una carpeta llena de recortes de diarios. Abre una de las páginas y muestra la foto amarillenta de un pibe de traje tocando la guitarra en un acto escolar. El concierto fue en 1963 en el Colegio Salesiano Belgrano de Tucumán. Y el joven de 15 años, alto y con la mirada fija en la guitarra, es Juan Falú.
Ya pasó medio siglo desde esa nota. El tucumano tomó ese concierto como el punto de partida de su carrera artística, que ahora está celebrando con la edición de tres álbumes y un concierto con artistas amigos en el ND/ Teatro. Definir a Falú como guitarrista y compositor es injusto. En estos años, fue docente del Conservatorio Manuel de Falla, donde es un referente para las nuevas generaciones de folcloristas; impulsor del Festival Guitarras del Mundo; psicólogo y ex militante; compañero de guitarreadas eternas con Pepe Núñez y otros próceres de la música de raíz folclórica.
Mientras ceba mate en su estudio de San Telmo, Juan dice que “más que festejar, yo tengo ganas de empezar de vuelta”. Y que piensa retirarse como docente para “volver a usar el tiempo para la creación”.
¿Qué te pasó por la cabeza cuando viste esos viejos recortes?
Me di cuenta viendo una nota, y me costó tomar conciencia. A esa edad había iniciado una actividad artística intensa, sostenida y estable. Después, tuve una interrupción al asumir la militancia y luego llegó el exilio. Ese fue un período no de suspensión de la música, pero sí de ponerla a un costadito. Todavía hoy me cuesta imaginarme tantos años de actividad artística, pero son reales. Son 50 años de tocar mucho.
¿La idea de sacar los tres discos fue una forma de cerrar un ciclo?
Yo no soy muy amigo de hacer ruido con estas circunstancias. Coincidió la fecha con la grabación de un disco y con otros dos que ya estaban casi terminados, con registros en vivo de los últimos 16 años. Así comenzó a cobrar sentido la idea no tanto de festejar un aniversario, sino de culminar una etapa. Ese material da cuenta de lo que hice hasta ahora. Y ese ponerse al día me alivia. Más que festejar, tengo ganas de empezar de vuelta.
¿A qué te referís con “empezar de vuelta”?
A sentarme a trabajar con la música como lo hacía antes. Eso significa una concentración y un orden que fui perdiendo con los años. Empecé a acumular tareas en muchos frentes: el artístico, el docente, el compositor y el que hace proyectos. Cuando uno ocupa tanto tiempo en esas cosas, siempre se resiente algo. Estoy necesitando volver a usar el tiempo para la creación.
¿Pensás dejar la docencia?
Estoy en condiciones de jubilarme, lo cual me duele muchísimo porque tengo un vínculo con los pibes esencial para mi vida. Pero me quedan muchas cosas por hacer, desde ordenar la obra realizada hasta reescribir partituras. Cuando comenzás con esas tareas, los horizontes son infinitos. Tengo, por ejemplo, obras para flauta y guitarra a las que les falta la parte de la guitarra. O la canción, que es un capítulo apasionante en la vida creativa. Los compositores que uno respeta le dedicaron tiempo a la tarea creativa; pienso en Hilda Herrera, Oscar Alem, Carlos Aguirre y Juan Quintero, entre otros.
Hace un rato hablabas de tu tarea docente. Muchos estudiantes hablan con cariño de vos.
¿Qué aprendés enseñando?
Lo primero que rescato es el propio vínculo con los alumnos, que son verdaderos músicos. No es sólo un vínculo docente-alumno, sino una relación muy musical. Y eso diluye la cuestión generacional. Aprendí a conocer mis limitaciones. Con los años, comenzó a llegar una camada de alumnos con una tremenda formación, un gran talento y un conocimiento sólido de la música de raíz folclórica. Eso es estimulante, pero también te pone en un brete. Te cuestionás si estás preparado para transmitirles cosas o si tenés que dar un paso al costado. Me topé con alumnos a los que sentía que no les podía enseñar nada. Aprendí también que no es bueno aferrarse a un rol, a una función ni a un espacio. Sí está bueno haber ayudado a crearlo y que el espacio siga creciendo con los que puedan hacerlo crecer.
¿En qué ganó el folclore con su ingreso a la academia? Hace unos años, se lo aprendía en la calle, las casas y guitarreadas.
El docente debe asumir las cualidades de la academia: el rigor, el orden, la formalización del estudio y los objetivos. Pero a su vez tiene que llevar un bagaje de conocimientos que la academia no puede brindar.
¿Cuáles son las cosas que no se pueden aprender en un aula?
A guitarrear se aprende en la calle, por el vínculo del arte con la emoción de la gente. Pero nosotros nos damos maña para que eso ocurra en nuestra carrera (se ríe). Somos de hacer reuniones, como si esas guitarreadas fueran una extra-programática fundamental. A veces, hay que enseñar a hacer música en la reunión, que no se tome como algo meramente festivo. Con la música que florece en la noche, con los brindis y con la gente reunida, la emoción circula. Ese modo de sentir el arte es fundamental para la formación de un artista. Los resultados son muy buenos. Y ahora los docentes podemos ser más ambiciosos en la enseñanza de la música de raíz folclórica.
Con 50 años de carrera, ¿sos más tolerante con vos mismo?
Creo tener una mirada más tolerante y cariñosa con mis propias vivencias. Muchas veces cuestioné mi manera espontaneísta de ser músico y de aprender. Yo recibí mucho el latiguillo de mi padre: “Hay que estudiar. Hay que estudiar. Sin esfuerzo no se consigue nada” (lo dice con tono de sermón). Todavía me golpea en el cerebro. Entonces, siempre me sentí en falta. Un viejo amigo, el gran músico Jorge Cardoso, me dice: “No te mandés la parte porque vos tenés más horas de estudio que nosotros por todas las guitarreadas que hiciste en tu vida”. Ahora me siento gratificado con lo que me está ocurriendo. Percibo en las personas una especie de “Muchas gracias”, ya sea por la manera de ser músico, de pensar o de decir. Yo nunca estoy conforme con lo que hago. Pero ahora siento que me dicen: “Che, quedate tranquilo, que va bien la cosa”.
Fuente: Clarín
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