San Rafael, Mendoza viernes 29 de marzo de 2024

Viaje al centro de una intriga casi operística

 

Marcelo Zapata: “Michele Puccini llegó a la Argentina en el peor momento, cuando el país estaba al borde la Revolución del 90”.

«El secreto de Puccini», que acaba de publicar Emecé, es la primera novela de Marcelo Zapata, editor de Artes, Ocio y Espectáculos de este diario. Además de periodista, traductor y docente, la carrera de Zapata estuvo también vinculada a la ópera a través de sus versiones en español de los principales títulos del repertorio italiano en la serie «La Ópera», de Kurt Pahlen. Dialogamos con él:

Periodista: ¿Qué buscó contar en «El secreto de Puccini», novela que lleva como subtítulo «Una historia de pasión, traición, ópera y muerte?

Marcelo Zapata: Es un examen de la vida de dos hermanos cuyo destino pudo haber sido idéntico si las circunstancias lo hubiesen permitido. El más audaz, Michele Puccini, emigró de Italia a la Argentina en 1889, cuando el país estaba a las puertas de la Revolución del 90 y la incertidumbre política y el colapso económico destruían cualquier forma de esperanza. Exactamente la época que pintó Julián Martel en «La Bolsa». Michele no pudo hacer pie en Buenos Aires y, para su desgracia, aceptó la invitación de un poderoso senador jujeño, Domingo Pérez, y se estableció en esa provincia para dictar música en el Normal de Señoritas. Allí se enamoró de la mujer del senador, una muchacha de 17 años, fue correspondido, y los hechos desembocaron en un final trágico. El destino de su hermano mayor fue por cierto más célebre y afortunado. Pero nada indica que a Giacomo Puccini no le hubiese ocurrido lo mismo en circunstancias similares (de hecho, la que fue su mujer abandonó a su primer esposo en un trance similar), y tampoco que Michele no hubiese podido convertirse en una celebridad, ya que su incipiente genio musical así lo insinuaba.

P.: ¿Cómo encontró el tema y la trama de su relato, ese hecho que parece salido de un secreto que es la comidilla de pueblos campesinos?

M.Z.: Más que de pueblos campesinos, fue la escandalosa comidilla de las clases altas jujeñas, que se resolvió a la usanza habitual: un duelo a pistola. Es preferible no contar aquí el resultado de ese duelo ni los efectos que produjo, aunque sí se puede decir que la existencia de ambos rivales, el senador y Michele, se modificó por completo. La trama de la novela apareció de inmediato cuando decidí vincular esa historia con otra, mucho más pública, ocurrida quince años después: la visita de Giacomo Puccini a la Argentina, por entonces ya un artista famoso y adorado por todas las clases sociales, desde la aristocracia hasta los inmigrantes más pobres. Esa visita, de algo más de un mes, representó la primera vez que Puccini, un hombre temeroso de los viajes largos, atravesaba el Atlántico, pese a que los Estados Unidos lo hubieran invitado en varias oportunidades antes. ¿Por qué eligió nuestro país? Ese es el motor de la novela: Giacomo aceptó realizar ese viaje para investigar, en el mismo escenario de los hechos, qué había ocurrido con su hermano, de quien nunca más tuvo noticias.

P.: ¿A qué género considera que pertenece su libro dado que tiene elementos de novela histórica, de intriga de corte policial, de drama romántico?

M.Z.: No es novela histórica, en sentido estricto, porque no está sometida a los hechos tal como ocurrieron, del mismo modo que las óperas llamadas «históricas», como «Tosca», tampoco lo están. Eso es tarea del historiador. Sólo empleé los documentos que fui reuniendo, durante años, a lo largo de mis investigaciones, en función de esa trama. En la historia, la ética más importante es la verdad, y en el arte la emoción. Las gentes y los caballos del Guernica no son reales, son cúbicos y están distorsionados, pero la emoción sería menos intensa si estuvieran representados de manera fotográfica.

P.: ¿Cómo eligió narrar en una forma de lenguaje que tiene ecos de la narrativa argentina de comienzos del siglo XX?

M.Z.: No había otra posibilidad si no se quiere caer en anacronismos tan a la moda. Pero es así, son ecos, y no un calco o un remedo, que sería algo completamente artificioso. En todo caso, la mirada actual sobre aquellos tiempos está dada por lo que dicen o piensan los personajes, o la forma como se comportan, o algunos escenarios íntimos a los que asistimos, que estaban vedados en aquella narrativa. Se han «deconstruido» tanto las convenciones literarias que estamos a punto de perder el placer del texto, y no estaría mal reconstruir algunas convenciones desde otro lugar. Hay una novela, «Vida de un desconocido», del escritor ruso Andrei Makine, que empieza de una manera genial: un párrafo maravilloso, donde un joven le declara su amor a una muchacha a bordo de un trineo, sobre la nieve. Pero unas líneas más adelante irrumpe el narrador que dice «¡Bendito Chejov. En sus tiempos todavía se podía escribir así». Allí sabemos que ese párrafo era, efectivamente, de un cuento de Chejov, y que Makine confiesa su pesar porque en esta época ya no puede escribirse de esa manera. Pero lo que sigue no desmerece en absoluto esa «ars poetica» desencantada.

P.: ¿Al igual que Puccini en sus óperas, planeó colocar cada tanto efectos para definir el tono dramático y la musicalidad de la obra?

M.Z.: La obra entera de Puccini está puesta en función del trama de la novela, y aparece citada de manera explícita o implícita de manera casi permanente. También está dividida en tres partes, que se corresponden con los tres actos de una ópera, y un epílogo al que llamé «posludio». Ese es uno de los juegos de la construcción, quizás el juego central: releer los argumentos, los temperamentos y los humores de cada ópera desde la óptica de un único motivo: la búsqueda de su hermano. Pero aclaro que no hace falta ser un pucciniano cabal para leerla. Se puede hacerlo sin problemas aun desconociendo su obra.

P.: ¿La historia que cuenta no cree que tiene algo de una situación operística en un territorio marginal, algo que se puede relacionar con García Márquez?

M.Z.: El tiempo le da a ciertas historias una perspectiva muy distinta. Hoy, pensar que hubo un Puccini en el Jujuy de fines del siglo XIX, y viviendo el drama pasional que vivió, suena casi fantástico, pero en aquel momento era algo normal. Ni siquiera su hermano Giacomo era del todo famoso en esa época en la que llegaban al país inmigrantes italianos de las más diversas procedencias y con oficios y talentos muy disímiles.

P.: ¿Cómo imaginó a Fidela, esa mujer infiel que lleva al enfrentamiento y el duelo a pistola?

M.Z.: Fidela, que al principio es una muchacha de 17 años, va mutando a lo largo del libro. Primero coincide con el ideal romántico de la mujer en la ópera, al igual que el duelo, otro tópico de la literatura y la ópera del XIX (no hay más que pensar en el «Eugenio Oneguin» de Pushkin y de Chaikovsky), pero poco a poco se va revelando como el personaje más moderno de la novela. Sólo en la mirada de ambos Puccini, en las dos épocas respectivas, permanece en ese lugar ideal al que no pertenece en absoluto.

P.: ¿Le atrajeron los escenarios de la Buenos Aires pobre de la Revolución del ’90, el Jujuy apenas pos colonial y rodeado aún de indios, y el que recibe al consagrado Puccini del «gran país europeo de América»?

M.Z:: Desde luego. Son contrastes que hasta parecen irreales por lo fértiles que son para ambientar una novela. Y tanto lo son que yo me obligué, por ejemplo, a limitarme con algunas escenas, a bajarle el tono, como la de la emboscada de chiriguanos, los aborígenes más guerreros de Salta, en la que Michele debió defenderse a balazo limpio durante su accidentado viaje al norte desde Buenos Aires. Sentí que se le podría reprochar a la novela un exceso de inverosimilitud en pasajes como ése. Y sin embargo, eso ocurrió tal como se cuenta. Entre las cartas de Michele que se conservan, hay una bastante extensa donde él relata ese enfrentamiento nocturno contra los chiriguanos, a los que llama «caciques guaraníes», y compara con la guerra de 1866 de Italia contra los austríacos. Increíble. ¡Los indios chiriguanos comparados por Michele con el ejército austríaco! Y, justamente por esa razón, es el único pasaje donde cité textualmente una carta real.

P.: ¿Se sintió que lo impulsaba a escribir la turbulenta historia erótica, la prosecución de una venganza o la relación entre dos hermanos, uno que triunfa y otro que fracasa, uno perseguido en una ciudadela provinciana y otro dominando las grandes ciudades, uno cuya tumba está en la Casa Museo de Torre del Lago y el otro que no tiene tumba?

M.Z.: Todo, y también un personaje que ni siquiera estaba en el plan inicial pero que a medida que avanzaba fue cobrando mayor fuerza, a la manera de un fantasma: el padre. El padre de los Puccini, también músico, también llamado Michele, y por quien él llevó su nombre. No lo llegó a conocer, porque murió tres meses antes de su nacimiento.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

M.Z.: Otra ficción histórica sobre hechos reales, aunque narrada de forma diferente. La protagonista es una actriz del Tercer Reich caída en desgracia, y transcurre en Buenos Aires.

Entrevista de Máximo Soto

Fuente: àmbito.com
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