Cuando Barack Obama intentaba retomar la economía como prioridad tras bajarle decibeles a la crisis de Siria, el atentado de un francotirador en un comando naval de Washington, reinstaló el terrorismo como tema en su agenda política pocos días después de un nuevo aniversario del 11S.
El presidente estadounidense había aceptado la propuesta de su par ruso, Vladimir Putin, de que Siria destruya sus armas químicas bajo supervisión internacional, aunque lo hizo reservándose la potestad de uso de la opción militar si Assad no cumplía lo acordado.
Mientras se avanzaba en esta dirección -que posiblemente libró a Obama de una derrota en el Congreso si éste le negaba autorización para atacar a Siria, al cumplirse cinco años de la caída de Lehman Brothers que inició una reacción en cadena negativa, el mandatario estadounidense intentó volver a poner en foco la economía, advirtiendo que no aceptaría más recortes en el gasto pese al pedido de los republicanos, cuando el desempleo en la población pobre alcanza al 21%.
En ese momento, el ataque de un hombre aparentemente en soledad, con armas de fuego en un comando naval de la capital, que costó la vida a 12 personas y heridas a otras tantas, a cuatro días de cumplirse 12 años del ataque a las Torres Gemelas, lo obligó a volver rápidamente sobre la amenaza terrorista.
Unos días antes, el jefe de Al Qaeda había convocado a sus seguidores a perpetrar ataques en el propio territorio de EE.UU., aunque ello no tenga relación directa con lo sucedido.
En Medio Oriente, el plan de Rusia en Siria superó la “ayuda” de Turquía que derribó un helicóptero de dicho país, mientras Irán buscaría avanzar en una negociación sobre su plan nuclear y Kerry visita Jerusalén para “tranquilizar” a los israelíes. El Secretario General de la ONU había reconocido que la guerra civil de Siria es un fracaso colectivo y confirmó el uso gas Sarín, considerando el hecho como un “crimen de guerra”, aunque no pudo determinar quién lo empleó.
De todos modos, los combates siguen con la CIA armando a los rebeldes a través de Jordania y Turquía, que derribó un helicóptero sirio, argumentando que violó su espacio aéreo por un error de dos mil metros.
El tema de fondo es que la guerra, no importa adónde ni contra quién, sigue siendo uno de los negocios más prósperos para la industria de EE.UU. y ninguno de los consorcios quiere que el gobierno federal se “distraiga” cuando de conflictos armados se trata. Es decir que, para ellos, guerra y economía van de la mano.
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