Si pensáramos de manera amplia de qué estamos construidos, podríamos rápidamente dar diversas definiciones: una más científica desde la biología, otra más subjetiva o psicológica teniendo en cuenta las emociones, y tal vez seguiríamos encontrando definiciones desde otros puntos de vista.
Hay tres cosas que sabemos son imprescindibles para la vida humana: el oxígeno, el agua y los alimentos. El aire y el agua pueden ser de mejor o menor calidad, estar más o menos contaminados por sustancias químicas. En algunos casos tenemos el privilegio de poder filtrarlos, o el de vivir en lugares menos invadidos por elementos nocivos para la salud.
Muchos de nosotros contamos con ese mismo privilegio a la hora de decidir cómo y con qué alimentarnos; sin embargo, a veces dejamos pasar la oportunidad de dedicar más conciencia a esa elección y de hacer un autoestudio en relación con los alimentos que nos hacen sentir saludables, con más energía y vitalidad. Como tantas otras cosas, la alimentación es algo que aprendemos del entorno socio-cultural y que no solemos cuestionarnos; optamos en base a una cuestión de gustos y costumbres, lo cual también implica un condicionamiento.
Un ejemplo claro de poca atención hacia la alimentación, es considerar el tiempo que una persona puede dedicar a conseguir el mejor aceite para el auto, al cual cuida mucho ya que es una máquina compleja y costosa. Mientras recorre varios negocios para comprar el lubricante ideal, come apurado cualquier cosa que tal vez no contenga los ingredientes ideales para que la maravillosa máquina que es su cuerpo funcione y se mantenga a la perfección. Si prestáramos la misma atención y nos informáramos mejor en cuanto a qué es lo mejor para que nuestro organismo funcione, sea saludable y longevo, seguramente ahorraríamos en medicamentos y terapias.
¿Y los mitos sobre la alimentación? Hay muchos intereses en torno a lo que hay que comer y lo que no. La lista de virtudes que contiene cada alimento varía según el punto de vista, los objetivos, y sobre todo el marketing, que quiere hacernos creer que hay alimentos irremplazables.
Sería interesante que nos tomáramos más tiempo para informarnos sobre lo que estamos comiendo, y hacernos algunas preguntas al respecto: ¿Es fresco el alimento? ¿Cuántos agregados químicos contiene? ¿Qué cantidad de energía me proporciona? ¿Cuánta energía gastará mi organismo para metabolizarlo? ¿Qué cantidad de toxinas acompañan a sus supuestos excelentes nutrientes? ¿Cuánto sufrimiento o dolor implicó tener eso en el plato? ¿Y cuánto de ese sufrimiento quedó impregnado químicamente en mi alimento y lo estoy consumiendo? En base a las respuestas, cada uno podrá elegir de manera más consciente cómo alimentarse.
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