Soy una más de las tantas personas que, diaria o regularmente, viajan por su trabajo a Villa Atuel desde la ciudad de San Rafael en el micro que puntualmente sale para dicha localidad a las 6.15 am.
Como tengo algunos minutos libres antes de regresar al mediodía, tomé como costumbre (y muy buena) la de visitar a un amigo encarcelado.
Gran alegría le dio verme de buenas a primeras llegar hasta su conocida prisión (poco visitada, por cierto) para estarme un rato haciéndole compañía. Aunque gran alegría, al principio no hablaba, acostumbrado a su soledad, continuaba en su mutismo y, como yo no ansiaba otra cosa que estar con él, se colmaba mi dicha tan solo de saberme en su presencia.
La prisión en la que se encuentra es un poco extraña: él puede verme, pero yo no. Así que yo miraba la puerta de su celda conociendo que él estaba adentro y eso me bastaba. Muchas veces desee que fueran de vidrio paredes y puerta, pero aun así seguiría sin verlo porque su prisión es un poco como las cajas chinas: una guarda a la otra, y son tres. La más exterior y grande en la que entramos fácilmente, otra más pequeña en la que apenas entra una mano y la tercera, una celdilla en que tan solo cabe Él.
Como es su costumbre, nunca habló a los gritos, sin embargo yo debía hacer bastante silencio para escucharlo. Si bien la palabra es su fuerte, él habla poco, pues ya lo ha dicho todo y, aun así, lo que dice es siempre nuevo. Por eso habla siempre que lo escuchan, aunque lo atendiese una sola alma, como yo tantas veces que fui a verlo.
Pero ya no puedo ir a visitarlo, a pesar de que cruzo por la puerta de su celda no puedo entrar. Han destruido las cajas chinas y me prohibieron la entrada dejándome sin noticias de su paradero. Yo sé que me espera y que recorre con su mirada mi camino aunque esté quieto y encerrado. Desde entonces, cada día hay en Villa Atuel un corazón solitario, y cuando estoy allí son dos corazones los que palpitan separados, porque… yo no tengo otro consuelo allí, pues, el trabajo habitual, poco consuelo es sin Él.
“Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”
El año pasado-2012- el pueblo de Villa Atuel cumplió 100 años de su fundación. Se hicieron grandes preparativos para la fiesta. Se gastó, como es obvio, un poco de dinero. Se cambiaron los bancos y contenedores de basura de la plaza, se pintaron los juegos, se hermoseó la rotonda y se plantó, incluso, una Cruz allí (una Cruz sin crucificado, que es lo mismo que decir “nada”, con un material que, no sé porqué, me recuerda a la torre de París). Sí, una muy linda fiesta hubo ese día, con bailes y platos típicos, sin embargo… la prisión de mi amigo, sigue derruida.
Es verdad que se ven personas trabajando en su restauración pero, ¿por qué se demora tanto? Yo me pregunto dónde quedó aquello de que la Municipalidad, la plaza y la Iglesia eran un todo único en las fundaciones de ciudades… ¿no sobró ni siquiera un centavito del centenario para arreglar el atrio, las paredes y el piso?
Lo único que quiero y me interesa es ir a visitar a mi amigo; convengamos que es un derecho que nadie me puede quitar.
“Si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”
Graciela Meza
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