San Rafael, Mendoza miércoles 27 de noviembre de 2024

Cómo es vivir a 35 grados bajo cero

Una familia chilena vive en una base en la Antártida, situada a 1.500 kilómetros al sur de Punta Arenas. Su único contacto con la civilización es Internet y una TV.
Villa Las Estrellas, Chile.
 Cuando al piloto de la Fuerza Aérea de Chile, Fernando Fontt, y a su esposa, Carolina Cabezas, les propusieron hace un año mudarse a Antártida, dicen que no lo pensaron mucho, ni siquiera teniendo en cuenta que su hijo Fernandito tenía entonces unos pocos meses.

Juntos se instalaron en el poblado antártico de Villa las Estrellas. A unos 1.500 km de Punta Arenas, en Chile, esta comunidad de 64 habitantes, es una de las únicas dos localidades del continente helado en donde viven civiles, según describe un informe de BBC Mundo.

Fundada en 1984 en la isla Rey Jorge, allí viven los militares de la base chilena Presidente Eduardo Frei con sus familias, algunos científicos y profesores. El lugar cuenta con escuela, banco, oficina de correos y una iglesia.

Aislados en invierno por un mar de hielo, su único contacto con la civilización es a través de internet y de un televisor. Hombres, mujeres y niños soportan en esos meses noches casi eternas, con temperaturas que alcanzan los -35 grados centígrados.

Los hombres no pueden abandonar el lugar por un periodo de dos años, pero las esposas y los niños pueden viajar en verano, cuando los vuelos semanales al continente se reanudan.

El resto del tiempo, la vida transcurre siempre en el mismo lugar, viendo exactamente las mismas caras. Y en los frecuentes días de ventisca, los habitantes de Villa las Estrellas ni siquiera pueden abandonar sus refugios.

¿Quién querría ir a criar un bebé en un lugar tan extremo?

Cambio positivo

«Es un poco de locos, ¿verdad?», comenta Fernando. «Desde que nos casamos, hace seis años, quisimos venir a la Antártica por un tema familiar, de aventura, para nosotros es muy interesante estar acá».

«Una de las principales razones por la que elegimos venir como familia -prosigue- es tener mucho más tiempo para estar con Fernandito».

Eso sí, la logística no fue fácil. Explican que al mudarse a Antártica, la pareja tuvo que transportar 2.500 pañales, más de 400 toallitas limpias y «cajas y cajas» de juguetes para dárselos a Fernandito gradualmente hasta que cumpla dos años.
Una vez en Villa las Estrellas, cuentan que aprendieron a enfrentar muchas limitaciones y tuvieron que aprender a vivir con lo esencial.
Lejos de lo que se pueda pensar de un lugar rodeado de hielo, el suministro de agua en una base antártica es limitado y cualquier filtración o grifo abierto puede terminar con las reservas de toda la base y Villa las Estrellas.

Por otra parte, con apenas un vuelo al mes trayendo suministros en invierno, los productos frescos escasean.

«Acá tienes que limitar la comida, tenemos que juntar como hormiguitas», explica Carolina mientras abre su despensa secreta, «llena de los lujos», dice, señalando una lata de refresco.

Para una profesional como Carolina, quien es profesora de comunicación, el permanecer la mayor parte del tiempo en su refugio mientras Fernando trabaja como piloto de helicópteros en operaciones logísticas, puede resultar especialmente duro.

«A mi, que siempre he trabajado y he tenido una vida super intensa, me han venido muchos cambios», indica. «Ahora tengo que estar haciendo las cosas de la casa, y todo en este lugar tan extremo, porque vivir acá es difícil».

No tan aislados

Afortunadamente, las nuevas tecnologías permiten a Carolina no sólo estar en contacto con el mundo a través de su página de Facebook, sino también desarrollar su carrera desde el hielo.

Actualmente, participa en un curso por internet de escritura de libros infantiles, para invertir su tiempo antártico en escribir libros de cuentos sobre el continente.

Admite que una de las peores cosas es que le gusta mucho ir a centros comerciales y comprar.

«Pero acá estás sonado, no gasto plata. Eso sí, me traje mucha ropa. Me compré ropa y la traje con etiqueta, de forma que cuando me aburro de algo, me imagino que voy al centro comercial y uso esta ropa guardada».

Y continúa: «Se que llegará el momento en que la rutina me matará, por eso me traje maquillaje y cosas que no he abierto, y que sólo abriré cuando quiera cambiar la rutina».

El riesgo del efecto «nevado»

Y es que el aburrimiento es uno de los fantasmas más temidos por los habitantes de lugares tan remotos como esta población antártica.

La falta de luz y estímulos en los meses de invierno, provoca en muchos el efecto «nevado», condición que provoca en el individuo depresión e irascibilidad, lo que puede generar conflictos en la convivencia de la comunidad.

Esto se combate con actividades que permitan quebrar esa rutina, como celebraciones y visitas a otras bases presentes en la isla, como la de Corea del Sur, China, Brasil o Rusia.

«Siempre es una excusa para socializar y, sobre todo, para probar comida diferente», dice Carolina.

A pesar de todas las limitaciones y el encierro del invierno, ambos aseguran que Antártica es precisamente lo que necesitaban.

«Tenemos todo acá, no necesitamos nada», dice Fernando.

«Nuestra forma de vida ha cambiado de forma muy positiva, es una lección sobre cómo las cosas que consideras de primera necesidad, en realidad son secundarias», finaliza Carolina.

Fuente: MDZ

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