San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

Vacaciones en el trabajo de los padres

Cuando los chicos no van al colegio, cada vez es más común que los empleados lleven a sus hijos a la oficina porque no tienen con quién dejarlos; las empresas hoy son más tolerantes y hasta en algunos casos organizan «días familiares»

«Oficinas, escritorios, fotocopiadoras, gente que va y que viene, reuniones. Todas ésas son cosas que les gusta ver a mis hijas cuando vienen de visita a mi trabajo, porque las sacan de su ámbito habitual, que es la casa, el colegio o el club. Es una experiencia movilizadora para ellas como recuerdo que era para mí acompañar a mi papá al trabajo», dice Gonzalo Arias Duval, de 39 años y gerente de administración de Sprayette, que esta semana compartió una jornada laboral con sus hijas Florencia y Jazmín.

Años atrás, la visita de los hijos al ámbito de trabajo paterno no era vista con muy buenos ojos. Entonces, se esperaba que situaciones como las que llevaron a Gonzalo a concurrir con sus hijas al trabajo -el colegio cerrado por vacaciones- se resolvieran de otra forma: que los chicos se quedaran en casa con la mamá. Pero la masiva incorporación de la mujer al mundo laboral, seguida por una nueva mirada empresaria que busca establecer un puente entre los hasta hace poco separados mundos del hogar y el trabajo, está naturalizando la visita al trabajo de los padres.

«Las empresas cada vez más están integrando a la familia, y las vacaciones de invierno se presentan como una oportunidad para ello, ya que cuando los padres trabajan no se pueden hacer muchos planes. De ahí que muchas empresas organicen los llamados family days, que es una respuesta en pos de integrar lo que hasta ahora eran dos ámbitos completamente separados: trabajo y familia», afirma la doctora Patricia Debeljuh, directora del Centro Conciliación Familia y Empresa, del IAE Business School-Universidad Austral.

El cambio está aún en pañales, de ahí que sea muy heterogénea la respuesta de las empresas cuando son los empleados los que, ya sea por necesidad como por inquietud, deciden llevar a sus hijos al trabajo. «La aceptación del chico de visita en el lugar de trabajo de su papá o su mamá depende de sus jefes -advierte Debeljuh-. Así como todavía hay algunos a los que les parece un horror que un empleado tenga sobre su escritorio la foto de su familia, otros son más proclives a entender la situación que puede estar detrás de que su empleado concurra con un chico, y más aún cuando hay una cultura dentro de la empresa que apoya a la familia.»

Cuenta Viviana Ortigosa, de 45 años, gerenta administrativo-financiera de una pyme de zona norte, que en una de sus visitas a la oficina, Guadalupe, que ahora tiene 10 años, se puso a dibujar en una hoja A4 sobre la mesa del directorio. «Al retirar la hoja, la mesa quedó con un Guadalupe tallado sobre la madera -recuerda-. Cuando vino el presidente de la empresa, que estaba de viaje, se lo conté y él me respondió con una sonrisa: «¿Por eso te vas a preocupar?»».

Incluso en época de clases, cuando sale del colegio, Guadalupe va en combi al trabajo de su madre, donde pasa un rato antes de seguir camino a sus actividades extraescolares: «En la oficina, Guada toma la leche, hace los deberes, dibuja o juega en la computadora -dice Viviana-. Es un momento del día en el que puedo compartir actividades con ella».

ESE LUGAR MISTERIOSO

«Los hijos ven partir a sus padres a un lugar desconocido y misterioso llamado trabajo. No saben qué es ni de qué se trata. Esto ocurre en la mayor parte de los trabajos actuales, si bien antiguamente, y, todavía hoy, en labores de tipo rural los chicos compartían los quehaceres y los oficios de los padres», comenta el licenciado Miguel Espeche, coordinador del Programa de Salud Mental Barrial del hospital Pirovano.

«Que los chicos sepan dónde están sus padres tantas horas, que conozcan compañeros de sus papás y sientan la atmósfera del lugar es beneficioso para los chicos, que le ofrecen encarnadura a eso que se llama trabajo», agrega. En eso coincide Susana Mauer, de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires: «Para los niños, el mundo laboral de los padres es un territorio lleno de misterio y fantasías. Necesitan representaciones concretas y vivenciales para entender algo de la vida de sus padres fuera de casa». En ese sentido, la experiencia de compartir un rato de trabajo de los padres es sumamente valiosa. «Acerca a los hijos a una dimensión de la vida de los grandes, permitiéndoles situarlos en su escenario cotidiano. Además, esas primeras incursiones en el mundo laboral tienen efecto en las identificaciones de los hijos con sus padres. Y quedan grabadas, dejan huellas», explica Mauer.

«Conocer a sus padres desde otra dimensión que no sea solamente la doméstica o estrictamente familiar amplía la perspectiva y potencia la figura de los padres, en clave de divertimento en la mayor parte de los casos», completa Espeche, y con esta última frase introduce un aspecto fundamental: que la visita ocurra en un marco de disfrute.

«Hay que tener en cuenta que el mundo interno del chico se conforma a partir del modo en que han sido vivenciados los encuentros, de las experiencias vitales positivas o negativas, constituyendo así la realidad psíquica que va a condicionar la manera de percibir la realidad», dice la licenciada Eva Rotenberg, directora de la Escuela para Padres Multifamiliar, y completa: «La visita al trabajo de los padres tiene valor positivo, de acuerdo con la atención que los padres le den al chico».

Rotenberg advierte un comentario muy frecuente en su consultorio: «Los padres creen que hacer el esfuerzo de llevarlos al trabajo ya de por sí es positivo, y no se dan cuenta de que a los hijos les llega más el cómo son tratados por sus padres». Claro que no todos los trabajos ofrecen un escenario ameno y seguro para que los chicos pasen el rato, así como hay casos en que los pequeños más inquietos pueden complicar la jornada laboral y causarles a sus padres un dolor de cabeza.

Pero, cuando las cosas salen bien, ¿qué les deja a los padres las visitas de sus hijos? «Puede ser positivo mirar su lugar de labor con ojos de niño durante un rato -afirma Espeche-. Y ayuda a salir de la perspectiva desangelada habitual con la que nos relacionamos con nuestras labores.

 

 

Fuente: Por Sebastián A. Ríos  | LA NACION
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