En este fin de semana de vacaciones de invierno, que como es costumbre será el de mayor concurrencia a los cines de todo el año, la gran mayoría de las casi 860 salas de nuestro país exhiben copias de películas animadas dobladas a nuestro idioma fuera de la Argentina. En las voces de los personajes de Monsters University, Mi villano favorito 2 y Turbo , tres de los cuatro títulos más convocantes de estos días, el castellano neutro convive con entonaciones y modismos mexicanos, debido a que este país provee desde mediados de la década de 1940 de la mayoría de las versiones del material fílmico de Hollywood que llega hasta nosotros.
La excepción, por supuesto, es Metegol, cuya identidad argentina también se reconoce en las voces de sus personajes, la mayoría a cargo de actores locales muy populares y reconocibles a simple «escucha». Pero aquí también el doblaje cuenta: uno de sus productores, Axel Kuschevatzky, contó anteayer en la emisora de FM La 100 que una película tan importante y costosa como Metegol sólo podría exportarse con éxito si se adapta parte de un lenguaje que responde en su origen a la mitología futbolera tradicional de los argentinos. «El equipo encargado del doblaje en neutro está haciendo un trabajo de adaptación superfino, para que la película y los gags funcionen con los términos de cada país», señaló Kuschevatzky, pensando en los casi 50 países que, según su vaticinio, ya tienen garantizado el estreno de una película que en apenas dos días (el jueves y anteayer) fue vista en la Argentina por algo más de 200.000 personas, según Ultracine.
El primer país en el que el doblaje de Metegol surge como factor decisivo en términos de su potencial exportador es España, del que proviene la mayor parte de los 20 millones de dólares de costo de producción de la película. Cuando se estrene allí el 16 de agosto aparecerá en los cines rebautizada como Futbolín y tendrá sus propias voces con acento castizo.
Como se ve, en la estrategia de lanzamiento de las películas más caras y ambiciosas del mercado internacional estas cuestiones ocupan un espacio prioritario. Ya lo señaló el mexicano Rubén Arvizu, que a partir de su propia experiencia escribió, en 2008, ¿De quién es la voz que escuchas? , libro imprescindible para conocer cómo funciona el doblaje en el mundo. En palabras de Arvizu, una «industria internacional» que no para de crecer «debido a las necesidades de un mundo globalizado».
El capítulo local de esa industria debería estar en pleno funcionamiento para cuando Metegol y el resto de los éxitos actuales de la animación en los cines lleguen a la TV abierta. Si se cumplen los plazos determinados en la ley de doblaje que la presidenta Cristina Kirchner reglamentó el miércoles último, 25 años después de su sanción parlamentaria, Mi villano favorito 2 , Turbo yMonsters University deberían «sonar» tan argentinas como Metegol para quienes las vean en algún canal de aire.
¿Ocurrirá algo así en los hechos dentro de tres años, cuando de acuerdo con el texto de la ley un 50% como mínimo del material fílmico extranjero de los canales de aire o cable de producción nacional incluya obligatoriamente doblaje realizado en el país por actores y locutores locales? Por lo pronto, aparecen distintos factores en el camino de una decisión que la Presidenta anunció en el escenario del remozado cine Gaumont y que constituyó un nuevo mimo del Gobierno a la comunidad de los actores, de la cual surgirá buena parte de las voces para la futura industria propiciada por la norma. No fue casual que, una vez más, notorias figuras del cine, el teatro y la TV ocuparan buena parte del estrado, junto a los principales candidatos del oficialismo en la Capital Federal.
¿Quién debería hacerse cargo de los costos de este nuevo doblaje «a la argentina»? Este interrogante, también planteado hace un par de días por Kuschevatzky, es apenas un punto de los muchos que aparecen en discusión luego de conocerse la reglamentación de la ley. También habría que considerar cuestiones prácticas: el doblaje impone efectos especiales conocidos genéricamente con el término inglés foley , a través de los cuales se reemplaza la pista original de efectos de sonido por otra bien distinta, que termina condicionando o alterando el sentido de varias escenas.
Pero en la amplísima red de cuestionamientos que recorre sin pausas desde el jueves las redes sociales, aparece por lejos en primer lugar el temor de que las grandes series y producciones del cable, que en los últimos tiempos (mucho después de la sanción original de la ley de doblaje en 1988) ofrecen una «edad de oro» con la mejor TV posible al alcance de todos, terminen por la fuerza exhibidas en la Argentina sin sus versiones originales subtituladas.
Los más inquietos se calmaron al conocerse el decreto reglamentario, que (como ya se explicó el jueves en esta sección) exceptúa de la ley a los contenidos de las señales de alcance internacional programadas desde el exterior. Pero no son pocos los que siguen preguntándose qué derivaciones podría tener en el futuro una iniciativa inspirada en la «defensa de nuestra cultura e identidad nacional», una definición que promueve identificaciones inmediatas y también está abierta a interpretaciones amplias y ambiguas.
Tiene razón Arvizu cuando señala en su libro que para los niños o las personas que no dominan la lectura, los subtítulos «se convierten en un rompecabezas», por lo que no debería faltar un marco preciso y amplio que contemple y satisfaga esa natural protección. Pero a la vez no puede soslayarse que en el origen de las leyes de doblaje en países como España, Italia y Alemania (alumbradas en el período de entreguerras del siglo XX) apareció junto a la protección del idioma un afán controlador y de censura a ideas extranjeras «disolventes» y ajenas a los «intereses nacionales».
Desde entonces, en esos países europeos se alumbró una sólida y muy eficiente industria del doblaje, mientras al mismo tiempo se privó a sus habitantes de disfrutar de las versiones originales de obras que jamás se conocieron en el cine tal cual fueron concebidas por sus creadores. No ocurrirá lo mismo en la Argentina, porque la ley del doblaje no se aplicará entre nosotros a la pantalla grande. Aparece dirigida a lograr que los films, las series y los documentales que se emiten hasta ahora en TV abierta (y TV paga de producción local) con doblaje hecho en México ahora lo hagan con el mismo procedimiento, pero hecho en la Argentina. Del espíritu del decreto reglamentario se desprende una máxima: se dobla, pero no se rompe con ciertos modos habituales de ver en TV producciones extranjeras. ¿Habrá más?
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