Sintonía total: el fervor de la gente en las calles de Río se reflejó también en la expresión y el saludo del Papa. Foto: Reuters
RÍO DE JANEIRO.- Ni bien pisó ayer suelo latinoamericano , donde tuvo una recepción triunfal y algo caótica, fiel a su estilo directo, Francisco les hizo un guiño a los jóvenes «indignados» brasileños, protagonistas de imponentes protestas el mes pasado, y a los que están en dificultades en el resto del mundo.
«Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio y tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo», dijo Jorge Bergoglio, al pronunciar su primer discurso en Brasil, donde se quedará hasta el domingo para presidir la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud.
Más allá de su firme apoyo a las reivindicaciones de las generaciones más jóvenes, el Papa conquistó a los brasileños por su humildad . «He aprendido que para tener acceso al pueblo brasileño hay que entrar por el portal de su inmenso corazón. Permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta», dijo. «Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo lo más valioso que Dios me ha dado: Jesucristo», agregó, provocando aplausos.
Apenas aterrizó, poco antes de las 16 en este país, donde vive la mayor cantidad de católicos del mundo, había tenido una recepción impactante. Las calles del centro histórico de Río estallaron de júbilo cuando, en un jeep abierto (y no en un papamóvil, como hubiera preferido la seguridad brasileña), hizo un recorrido para saludar a la multitud en medio de un impresionante operativo de seguridad.
En el discurso que dio ante la presidenta Dilma Rousseff, los máximos representantes de las diversas instituciones del Estado y cientos de invitados ilustres en el Palacio Guanabara, sede de la gobernación de Río de Janeiro, el papa argentino, muy sonriente, fue clarísimo.
En buen portugués (lo estuvo practicando en la residencia de Santa Marta, en el Vaticano, con un profesor, la semana pasada) y luego de recordar que el principal motivo de su visita es la Jornada Mundial de la Juventud, subrayó la importancia de asegurarle a cada joven «un horizonte trascendente, un mundo que corresponda a la medida de la vida humana, las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir y corresponsable del destino de todos».
Los obispos brasileños ya hace unos días habían respaldado las manifestaciones que estallaron en Brasil desde la Copa de las Confederaciones. Pero que el mismo Papa mostrara su apoyo, aunque sea indirecto, a las protestas que reclaman mejor educación, salud y menos despilfarros marcó el tono que tendrá la visita de siete días del Papa a esta tierra, el primer viaje internacional de su pontificado.
Ya en el vuelo de 12 horas y 15 minutos que lo trajo hasta esta ciudad (durante el cual estuvo una hora saludando con afecto y disponibilidad a cada uno de los 71 periodistas que lo acompañaron), el Pontífice no ocultó su preocupación por temas de justicia social y se mostró solidario con los manifestantes.
«Este primer viaje es para encontrar a los jóvenes, pero no aislados de su vida, sino en el tejido social, en sociedad, porque cuando aislamos a los jóvenes cometemos una injusticia, les sacamos su pertenencia», dijo. «Los jóvenes tienen una pertenencia a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe, no tenemos que aislarlos», insistió.
Como en otras oportunidades durante sus cuatro meses de pontificado y cuando era arzobispo de Buenos Aires, Francisco condenó al mundo actual dominado por una «cultura del descarte» y por una crisis económica que castiga especialmente a las nuevas generaciones.
«Leí que hay un alto porcentaje de jóvenes sin trabajo; corremos el riesgo de una generación sin trabajo y el trabajo da el pan, dignidad», destacó.
«Los jóvenes son el futuro de un pueblo», afirmó. Aunque enseguida aclaró que también lo son los ancianos: «Un pueblo tiene futuro si va con los dos extremos, los jóvenes, que tienen fuerza, y los ancianos, que tienen sabiduría», subrayó.
«Hacemos una injusticia con los ancianos y los dejamos de lado, como si no tuvieran nada para darnos. Hay que cortar la costumbre del descarte», pidió, al llamar a una cultura de la inclusión, del encuentro.
En medio de un impresionante operativo de seguridad, con decenas de helicópteros revoloteando en el cielo y militares que cortaban las calles, de los edificios caía una lluvia de papelitos para darle la bienvenida al Papa.
Sonriente, saludó levantando la mano y besó y acarició a todo chico que lograran alcanzarle.
Sabiendo que el papa argentino adora el contacto con la gente, muchos lograron saltearse el cordón de guardaespaldas para tocarle la mano o incluso abrazarlo.
CONFUSIÓN
También hubo un momento de caos cuando Francisco, que se subió a un simple Fiat Idea con las ventanillas bajas, abiertas, quedó en medio de un atasco, entre ómnibus y una multitud que quería alcanzar su auto.
Según el secretario de Transporte de Río, Carlos Osorio, esa confusión se debió a que el conductor del auto donde viajaba el Papa del aeropuerto al centro de la ciudad giró en una dirección equivocada. Osorio dijo a la cadena de televisión Globo que el Fiat Idea se pasó, sin darse cuenta, al lado equivocado de la avenida Presidente Vargas, que cuenta con doce carriles. En lugar de tomar los carriles de la izquierda, libres de tráfico, el auto terminó en los carriles de la derecha, que estaban llenos de colectivos y taxis, lo que forzó a que se detuviera.
Tras la confusión, y para evitar una protesta que había sido convocada en el centro (ver Pág. 4), Francisco se trasladó en un helicóptero militar hasta el Palacio Guanabara, a donde llegó con un retraso de una hora a la ceremonia de bienvenida oficial.
Después de los himnos de rigor, del Vaticano y de Brasil, pero en un ambiente distendido, con menos ceremonial que lo normal, en su discurso de bienvenida la presidenta Dilma destacó que para ella era un orgullo recibir al primer papa latinoamericano. Luego de destacar los logros de su gobierno para disminuir la pobreza de Brasil -donde aún existen más de 6328 favelas, en las que viven 11,4 millones de personas-, le propuso a Francisco una alianza contra un enemigo común: la desigualdad social.
A su turno, Francisco agradeció la providencia porque su primer viaje internacional, que «heredó» de Benedicto XVI, el papa que decidió que se realizara aquí la Jornada Mundial de la Juventud, le hubiera ofrecido la oportunidad de «volver a la amada América latina». Al dirigirse a los obispos brasileños, volvió a llamarse a sí mismo «obispo de Roma», para dejar en claro que quiere un estilo de gobierno menos centralizado y más colegial en la Iglesia Católica. «Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»», recordó el ex arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio, citando el lema de la Jornada Mundial de la Juventud.
«Vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados», agregó.
Subrayó, además, que no sólo iba a dirigirse a ellos, los jóvenes, en estos siete días, sino también a sus familias, a sus comunidades eclesiales y nacionales de origen, a sus sociedades y «a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones». Es decir, dejó en claro que también le estará hablando a la clase dirigente de todo el mundo.
El Papa, que lucía muy sonriente, energizado pese a las 12 horas de viaje, se tomará hoy un día descanso. Mañana peregrinará al santuario de Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil y sede en 2007 de un encuentro del episcopado latinoamericano en el que se convirtió en una figura clave, al redactar su principal documento que llama a la Iglesia Católica a una misión continental. Suele regalárselo a los jefes de Estado que recibe en audiencia, entre ellos Cristina Kirchner.
«Ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos», dijo Francisco, que, consciente de que ha llegado a un país lleno de contrastes y con diversas realidades, concluyó diciendo: «En este momento los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que nadie se sienta excluido del afecto del Papa».
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