San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

A veces…

irma
A veces, no alcanzan las palabras, ni las formas, ni siquiera el pensamiento para expresar lo que se siente cuando alguien se baja en la estación anterior. Alguien, en este caso, una AMIGA. A la que uno admiró, a la que acompañó, con la que compartió momentos plenos (unos de sonrisas abiertas, otros, de ojos empañados). Una amiga. Irma Gallinger de Sturfeighen. Que se afincó aquí en San Rafael, proveniente de San Martín, provincia de Buenos Aires en 1983. Una joven mujer, que acompañaba a su esposo Jorge y que traía, prendidos a sus manos, a sus tres hijos, pequeños ellos.
Allí, en San Martín, tenían una vida cómoda, economócamente libre de problemas. Y esa vida contemplaba una actividad dedicada al arte. Jorge era actor de Teatro. Pero también anduvo por los caminos del cine vocacional. Irma, a su lado, alentaba esas vivencias. En el hogar, amorosa, de suaves modales, de un tono de suave voz y una tibia sonrisa, no sólo formaba a sus pequeños hijos, sino que despuntaba su otro amor: la gastronomía alemana y judía. De sus laboriosas manos surgían exquisiteces que despertaban aplauso y elogio de quienes llegaban a disfrutarlas.
Cuando con enorme sacrificio y vocación Jorge montó el primer teatro en nuestra ciudad, en el subsuelo del edificio de Avenida Libertador 20, Irma estuvo allí. Pintando, con algún martillo en sus manos, indicando algún detalle que finalmente, haría que ese frío y oscuro sótano fuese una sala de teatro de alta calidad y calidez. Y fue vendedora de golosinas. Y la responsable de la taquilla. Casi el alma del teatro La Mancha.
Y como la vida son instantes, llegaron los grises, unos más oscuros que otros. Jorge puso su vida y su bienestar en el teatro. Y Dios dispuso que allí terminara su andar en el tren. Pero Irma y sus hijos debían continuar. Sin la presencia y el apoyo del esposo-padre, los caminos se hicieron cada vez más dificultosos, más amargos, más lejanos del brillo y las luces.
Irma caminó las calles sanrafaelinas repartiendo publicidad. Con el orgullo de hacerlo, porque las pocas monedas alimentaban a los niños. Con la dignidad de quien sabe que las pruebas se superan con voluntad y amor. Las mismas virtudes que demostró frente a los alumnos, en las horas del dictado de la catédra.
Voluntad y amor, que no decayeron un momento, cuando a través de un amigo logró un espacio como empleada en una vieja casa de la primera cuadra de la calle Bombal. Limpiar vidrios, preparar café, atender a quienes esperaban ser recibidos por los dirigentes. Voluntad y amor. Las dos grandes lecciones que nos deja, al bajarse de su viaje, IRMA GALLINGER DE STURFEIGHEN.
A quienes tuvimos el honor de conocerla. A quienes tuvimos la honra de contar con su mano y su palabra amiga. A quienes la vimos pelear cada segundo por la dignidad y el futuro, nos queda esa lección. Gracias, Irma!
Gentileza: Susana Román

 

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