La popularidad en tiempos de los próceres
En Tolosa la capacidad de los tranvías se vio desbordada. Desde allí cada cual viajó como pudo a La Plata: en carretas, a caballo e incluso caminando. Era un día magnífico, aunque algo caluroso. Cuando llegaron al destino final, todos miraban desconcertados. ¿Dónde estaba la ciudad? Era todo un descampado. Asomaban levemente los cimientos del Departamento de Policía y la Municipalidad. En el centro de lo que hoy es la plaza Moreno había un pozo donde debía colocarse la piedra fundamental, protagonista estelar de la fundación.
Los 2000 obreros vascos e italianos que trabajaban para dar forma a la flamante capital de la provincia se ocuparon de armar un escenario, el palco oficial y las gradas populares recubiertas con los colores de la Patria. A pesar de la buena idea de colocar toldos, el sol de noviembre se colaba de costado y el calor atentaba contra la recia moda de aquel tiempo: todos vestían trajes, guantes y galera. Algunos incluso tenían chalecos.
Terminado el acto principal se agasajó a los acalorados invitados con un asado servido en las 1500 carpas que se montaron. El encargado del megaasado fue el mismísimo senador José Hernández, amigo personal de Dardo Rocha, el gobernador del provincia de Buenos Aires. No era un simple coordinador de la comida: Hernández había sido el propulsor del nombre de la nueva ciudad. Por eso merece el homenaje de los platenses. En cambio, su faceta como asador será mejor olvidarla porque, según cuentan las crónicas, la parrillada que preparó en aquella jornada histórica estuvo lejos de satisfacer a los comensales. Falló el catering.
Un periodista de la nacion escribió que todo salió tan mal, que «una comisión compuesta de los más encarnizados enemigos del gobierno del doctor Dardo Rocha no habría podido hacer las cosas mejor para poner a este último en el más espantoso ridículo y hacerlo colmar de maldiciones». El cronista aseguraba que la carne estaba en mal estado y que el vaso de agua era un bien preciado, «llegando a cobrarse 5 pesos por un vaso de este líquido». El pozo de donde sacaban agua los obreros estaba a veinte cuadras. Una sufrida procesión marchó en busca de un poco de alivio líquido. «Aquello no fue fiesta, sino martirio», sintetizó el periodista.
Parece que esa vez José Hernández, el senador aplaudido por sus discursos, el escritor aplaudido por su obra cumbre, no recibió el aplauso para el asador en La Plata.
Sé el primero en comentar en «El primer asado en La Plata»