San Rafael, Mendoza viernes 22 de noviembre de 2024

Suar, Pergolini y los grandes cambios

espectaculo

 

Decidió hacerse un piercing porque sí, porque todos lo tienen.

No lo consultó con nadie, porque el cuerpo es suyo y cada uno hace lo que quiere con su cuerpo. Detesta los deportes, descubrió que le apetece es bailar tap y de inmediato le dijo adiós a las artes marciales y el básquet, porque uno tiene que seguir su vocación. Si tiene hambre, levanta el teléfono y pide comida por delivery. Si se le antoja ir a algún lado, llama a un radio taxi y allá va. Tiene opinión formada sobre casi todo, incluida la separación de sus padres, y no la oculta, porque estamos en democracia y tenemos derecho a expresarnos. ¿Están pensando en un adolescente típico? Se equivocan. Se llama Eugenio, tiene 11 años, y es el personaje que muy bien compone Joaquín Flaminni en “Solamente vos”, la tira de Pol-ka que emite El Trece.

 Anoche, ese niño modelo 2013, con el piercing, el radiotaxi y sus planteos sacó de quicio a su padre, Juan Cousteau (Adrián Suar), que oscila entre la idea de criar hijos libres y la necesidad de ponerles límites. La escena de Suar y Flaminni fue impecable. La síntesis perfecta de los tiempos actuales: el chico apresurado por salir disparando de la infancia hacia la adolescencia, el Olimpo de esta era; el padre, tratando convencerlo, sin éxito, de que la niñez es un paraíso que no debería perderse, y pidiéndole que deje de tratarlo a él, su papá, como si fuera su hijo. El pobre Juan era un boxeador grogui lanzando golpes al aire en su  intento de volver el desmadre al antiguo cauce en el que los adultos decidían y los niños obedecían. A mi modo de ver, esa relación padre-hijo es un acierto de “Solamente vos”. En clave de comedia, el vínculo entre Juan y Eugenio pinta un síntoma de nuestra época, vertiginosa y convulsionada: padres de cuarenta y pico que de a ratos, se comportan como teens y que de buenas a primeras, quieren hacer valer su autoridad de adultos; niños ansiosos por saltear esa etapa molesta llamada infancia e instalarse en la franja etaria más codiciada en el siglo XXI: la adolescencia.

Unas horas antes, en “Intrusos” (América), Mario Pergolini había aludido también, desde otro ángulo y sin ficción, a las características de la actual generación de niños. Hablaba de la adaptación natural que muestran los chicos ante las nuevas tecnologías: “A un pibe de tres o cuatro años, le das un Ipad, y uno no se explica cómo, pero de inmediato se da cuenta de que una foto se puede agrandar y cómo tiene que mover sus dedos sobre la tableta para hacerlo”, dijo. Asombrado ante el hecho de que las criaturas manejen con toda naturalidad el lenguaje informático sin que nadie se los enseñe, Pergolini sintetizó el cambio registrado en los últimos años en una frase sumamente gráfica: “Hasta hace poco, los padres les decían a sus hijos ‘tenés que aprender computación’. Hoy, a nadie se le ocurre que haya que hacer un curso para  usar una computadora”.

Ayer, la ficción de El Trece y la entrevista de “Intrusos” pusieron el foco sobre una misma realidad: los niños ya no son lo que eran. Y, claro, los padres y docentes andan buscando un GPS capaz de orientarlos en la tarea de educar a esta nueva generación, porque los manuales de la pedagogía que hasta ayer se decía moderna no saben, no contestan. Tiempos de cambio. Tiempos difíciles para los adultos, conscientes de que el viejo mundo se ha derrumbado y que el nuevo recién se está largando a andar. Tiempos difíciles también para los niños, que ven a los adultos haciendo malabares con un mazo de recetas pedagógicas heterogéneas: las que se volvieron obsoletas, las que siguen siendo indispensables para formar personas de bien y las que aún no se han escrito y, sospechan, tendrán que escribir ellos, por la vía del ensayo-error, mientras educan a sus hijos y alumnos.

 

Clarín: Por Adriana Schettini

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