Allí arriba, siempre con el fondo de una pantalla azul, la espera en el aire la doble de otra bruja -no revelaremos cuál- para entablar un duelo final. La toma no parece compleja, pero Williams debe hacer como que un pedazo del techo del Palacio Esmeralda se le viene encima, y debe girar en posición horizontal, varita mágica extendida. Como la película se filma en 3D, el movimiento de las cámaras se había ensayado hasta el hartazgo, pero…
“¡Corten!”, grita Sam Raimi, el director de la trilogía de El Hombre Araña, que está a pocos días de terminar los cinco meses del rodaje de Oz, el poderoso, la superproducción de ¡200 millones de dólares! de Disney. Es diciembre de 2011, faltan 14 meses para que se estrene el filme -una suerte de precuela del clásico de 1939 El Mago de Oz, con Judy Garland- y Michelle Williams no puede girar en su arnés como le gustaría a Raimi.
De traje, como llega desde siempre al set de filmación, desde las épocas de Evil Dead, Raimi es amable en extremo al hablar con Williams.
Los invitados a presenciar el día de rodaje podemos seguir lo que encuadra la cámara desde dos monitores: uno muestra lo que toma la cámara, y el otro es un story boardanimado. Lo primero debe encuadrar con lo segundo. Esa es la idea.
Es que todo lo que se verá desde el jueves próximo en los cines argentinos -un día antes que en los mismísimos Estados Unidos- fue creado en estudios cerrados, filmado con pantalla azul de fondo (para luego agregar digitalmente paisajes, fondos, etc.) durante cinco meses, y terminado en las salas de posproducción y edición por espacio de más de un año.
“ El Mago de Oz era mi película favorita”, nos dice Raimi una vez que Williams giró su cuerpo 360° -y no 450°- y quedó finalmente en sentido horizontal en el aire. “Solían darla todos los años para el Día de Acción de Gracias. Me emocionaba, me aterrorizaban esas tres brujas, aquellos monos voladores…”. Un asistente de dirección lo interrumpe: debe ir al set contiguo, donde Theodora -la Bruja Mala del Oeste- está por enfrentar a Glinda, al mismo tiempo… en otra escena de la película.
Ahí el paso a la prensa está estrictamente vedado. El personaje de Mila Kunis se ha transformado, sí, en una bruja verde y “horrible”, como le dice su hermana Evanora -la bruja que interpreta Rachel Weisz-. Y no se la puede ver. Cuando la escena termine de rodarse, entonces sí se podrá ir al exterior del Palacio Esmeralda, ver el lugar donde habría un sacrificio y tomar del suelo las armas y las herramientas que los campesinos de Oz dejaron tiradas en el suelo. Un hacha de utilería no pesa más qué unos pocos gramos. No había más que medio centenar de extras, que en la pantalla parecerán miles.
La trama de la película transcurre años antes de que Dorothy llegue a Oz y se haga amiga del Hombre hojalata. Por cuestiones legales, de derechos, no hay mención a ninguno de esos personajes, ni al León ni al Espantapájaros. Todo se centra en Oscar Diggs (James Franco), “un ilusionista ambulante, farsante y charlatán”, en palabras de Raimi, que perseguido por seducir mujeres escapa de un circo en Kansas, en un globo aerostático. Captado por un tornado, cae en Oz, y es confundido por todos como el Mago de la profecía, que llegaría a liberar al pueblo de Oz de la Malvada Bruja.
Precisamente Franco ( 127 horas, Harry Osborn, el antagonista en El Hombre Araña) estaba por allí horas antes, vestido de negro, con una de las varias galeras de repuesto que tiene. Al verlo de cerca, se nota que el personaje ha afrontado varios problemas. El sobretodo está algo descosido.
Franco tenía que correr por una tarima, llevando de la mano a una doble, como si fuera el personaje de Mila Kunis -que al comienzo de la historia es linda, buena e inocente-, que lleva un vestido de un fuerte bermellón y sombrero. La extra está chocha, bromea, ríe y grita cada vez que debe emprender la corrida hasta llegar al borde de lo que -imaginábamos- sería un precipicio. Franco, no. Se agita, bufa, está incómodo. Está abrigadísimo -lo cual estaría bueno si tuviera que salir al exterior helado del estudio, a 50 kilómetros al noroeste de Detroit-, pero dentro del set transpira de lo lindo.
El diseño de producción de Oz, El poderoso, es obra de Robert Stromberg -Oscar porAvatar y Alicia en el País de las Maravillas, con la que tiene más de un punto de contacto en cuanto a lo visual-. “Mis proyectos anteriores habían sido mucho más virtuales -dice Stromberg, a un costado del set-, logré imponer la idea de que Oz… debía tener una cualidad casi teatral, y teníamos que construir decorados.” Se ve que lo escucharon. No sólo la Ciudad Esmeralda, sino también el mítico Camino Amarillo, el salón del trono de la bruja, el Bosque Extraordinario -donde el mago conoce a Theodora, que se enamora de él… y a Finley, el mono alado, consejero y voz de la conciencia del mago-, el Bosque Oscuro y la Tierra de Porcelana, donde sobrevive la Niña de porcelana, con sus piernas quebradas, fueron construidos.
Precisamente la Niña, aunque digital, tiene su correlato “real” en el set. Es una muñeca, claro, manejada por un experto titiritero, para que Franco pueda interactuar con ella.
Mientras aguardamos que se prepare otra toma, uno de los jefes de utilería alcanza la varita mágica de Glinda. Igual que como con los sombreros del Mago de Oz, no hay una sino varias, por temor a que en alguno de los “viajes” por el aire llegue a caerse y astille.
Raimi se rodeó de gente de su extrema confianza. La dirección de fotografía la ejerce Peter Deming ( Noche alucinante, Arrástrame al infierno) y los efectos visuales -algo fundamental- están a cargo de Scott Stokdyk, que hizo los efectos de las tresHombre Araña de Raimi. Stokdyk deambula por ahí, pero su trabajo más arduo será más adelante.
El hecho de rodar en los estudios Raleigh -allí estaba la planta comercial y el diseño de camiones de General Motors, cuando Detroit era una ciudad industrial pujante- tiene sus porqués. Beneficios impositivos al margen, al estar alejados de Los Angeles, actores y técnicos, estuvieron obligados a una camaradería que duró más de cinco meses. Todos parecen congeniar bien, Wi-lliams bromea con el camarógrafo, hay cero tensión en el set, no se ven caras largas ni cuando los ensayos se extienden. La mesa con bebidas y snacks es compartida por actores, técnicos y extras por igual.
Raimi sabe que se juega una carta fuerte. Abandonó la franquicia de El Hombre Araña y no sabe si habrá más secuelas de Oz. “No hay nada sobre eso”.
¿Le gustaría?
Ni idea. ¿Cuál es mi meta? No me preocupó la magnitud, sino la historia. Si logro que se comprenda al protagonista, que los espectadores sientan que están viviendo una gran aventura, se identifiquen, que crezcan y que surja en ellos algo que los trascienda. Esa es mi meta.
Producción, está a la vista, y talento -se le reconoce- no le faltan.
Fuente:
pscholz@clarin.com
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