San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

La nueva frontera de la realidad

 

 

La historia contada en Hitchcock, el maestro del suspenso , película que desde el jueves último puede verse en los cines argentinos, comienza cuando el director todavía disfruta de las mieles de un gran éxito mientras afronta la incertidumbre de no saber muy bien cuál será su próximo proyecto, nada menos que Psicosis . Lo que había quedado atrás era Intriga internacional, ejemplo inmejorable de una de las clásicas obsesiones hitchcockianas, la del «hombre común y corriente enfrentado a una situación extraordinaria».

Esa condición apareció curiosamente invertida en otro lanzamiento mediático de esta semana, ligado en este caso a la pantalla chica. Para iniciar el último miércoles las emisiones televisivas locales de Barter Kings en la TV paga, A&E trajo a Buenos Aires a Steve McHugh y Antonio Palazzola, quienes representan a aquellas «personas extraordinarias que viven situaciones comunes y corrientes» que conforman la columna vertebral de la señal. Así los describió Mariano Kon, el ejecutivo encargado de la programación de A&E para América latina.

McHugh y Palazzola encarnan a la perfección la idea de la nueva estrella configurada por el auge y la tremenda consolidación de la televisión realista. Son dos personas anónimas unidas por el azar y cuya amistad derivó en un emprendimiento común cada vez más lucrativo ligado al trueque. Nadie los conocía hasta que la habilidad innata del dúo para ceder artículos poco considerados y obtener a cambio otros de valuación superior sin gastar un centavo en la operación quedó expuesta al ojo mediático.

La TV realista funciona cada vez más como un territorio a conquistar que los productores exploran casi con el mismo método que se empleaba en los tiempos de la fiebre del oro. Una vez encontrada la veta, solo es cuestión de aprovecharla hasta que se agote. Y en este caso la oportunidad consiste en encontrar situaciones que resultan extravagantes para la mayoría de los televidentes, pero completamente normales para quienes las ejecutan.

Lo que se hace es muy simple: dejar que esas personas sigan con esa actividad y a la vez potenciarla en todos los sentidos desplegando alrededor de ellos un batallón de cámaras y micrófonos. Así, McHugh y Palazzola siguen haciendo lo mismo, pero ahora son famosos. Son estrellas de tiempo completo, y además propietarios de una tajada muy conveniente de un acuerdo sellado con la TV en el que todos pueden ganar.

A vuelo de zapping, sobran pruebas del éxito de esta fórmula. Señales enteras del cable surgieron o se reconvirtieron por completo a partir de ella, instalando como fin en sí mismo una nueva manera de narrar. Es el modelo que los norteamericanos definen como non scripted show en contraposición con el clásico procedimiento de las ficciones, cuya dependencia del guión puro y duro con situaciones y diálogos bien definidos y surgidos de la inspiración de algún autor resulta absoluta.

SUTILES DIFERENCIAS

Sin embargo, bien miradas, las diferencias entre lo guionado y lo «no guionado» (el reality show ) pueden resultar imprecisas. Es cierto que estas nuevas figuras televisivas surgidas de la vida real nunca dejan de hacer lo que saben para ganarse la vida. Los Robertson ( Dynasty Duck , por A&E) siguen ganando millones con su sorprendente negocio de silbatos llamadores de patos en Luisiana. Los Harrison ( El precio de la historia , por History) no dejan de sellar operaciones desde su casa de empeño en Las Vegas y los Valastro ( Cake Boss , por TLC) aspiran a seguir rompiendo récords en el armado de tortas gigantescas e inverosímiles desde su pastelería de Hoboken, Nueva Jersey.

Ellos son los exponentes familiares de una interminable saga que hoy domina programaciones enteras y que incluye toda clase de tipos humanos: restauradores de antigüedades o de vehículos, propietarios de empresas de delivery que trasladan mercaderías que nadie quiere entregar, compradores a ciegas de depósitos enteros o de equipaje abandonado, reparadores de negocios en problemas. La casa, la cocina, los viajes y las mascotas también funcionan desde los más inesperados puntos de partida como disparadores de esta clase de envíos: tenemos desde el tipo que recorre el mundo para degustar alimañas cocidas hasta los temerarios dispuestos a todo con tal de mantener a algunos de esos bichos (a menudo de gran tamaño y alta peligrosidad) como sus mejores amigos en el hogar.

Vidas completas o momentos trascendentales (bodas, mudanzas, nacimientos, desplazamientos) quedan al desnudo y a la vista de todos. Pero siempre sujetas al matiz condicionante que se impone desde las islas de edición y desde la natural discriminación que todo productor televisivo que se precie aplica entre lo esencial y lo accesorio.

Estos elementos operan como sucedáneos del guión y, al mismo tiempo, como matriz de un nuevo concepto de narración televisiva. A priori aquí no hay ficción porque todo lo que ocurre es verídico, pero al mismo tiempo esa realidad se construye a partir de la acentuación de determinados rasgos, conductas o matices que muestran en su continuidad y persistencia el trabajo encubierto de un equipo de guionistas. No podría entenderse de otro modo, por ejemplo, la insistencia en elegir protagonistas de la vida real que desde el vamos llaman la atención por sus calvas, atuendos, tics, tatuajes, barbas u otras señas particulares ciertamente excéntricas.

Tampoco sorprende que este nuevo tipo de reality show no haya encontrado su techo, abierto como está a toda clase de posibilidades de expansión. Hoy corre con ventaja frente a precursores del género como Gran Hermano porque resulta mucho más amigable y entretenido. También cuenta con antídotos contra los síntomas más peligrosos del modelo Big Brother : la abulia y los tiempos muertos. En los realities tipo Barter Kings siempre pasa algo.

El potencial expansivo de este nuevo concepto de televisión realista se encuentra tan a la vista que consigue, al mismo tiempo, expandir las fronteras de lo que entendemos históricamente como documental (cuestión que merece ser analizada por separado en una futura columna). Pero esa misma propagación, capaz hasta de superar las intenciones de sus propios creadores, encierra más de una inquietante derivación. Acostumbrados a ver cómo estos nuevos realitiesdocumentales se animan también a reescribir los géneros tradicionales (aquí, según el caso, puede haber drama, comedia, intriga o suspenso), a lo mejor no percibimos que algunas de sus manifestaciones pueden corresponderse casi con una trama de horror.

Allí están por ejemplo los acumuladores extremos y los que aceptan exhibirse a partir de ciertas obsesiones enfermizas, jugadas al borde de lo patológico. Aquí la curiosidad puede dejarle rápidamente su lugar al morbo y, a la vez, dejar una peligrosa puerta abierta para la explotación de otra clase de comportamientos todavía más excesivos. «Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspenso», dijo una vez Hitchcock. Esperemos que nadie se atreva a sortear esa última frontera entre la ficción y la realidad.

Por Marcelo Stiletano | LA NACION

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