Una pregunta que se formula con frecuencia en el mercado del arte es la de cómo invertir en algo tan específico y amplio a la vez. También hay otra pregunta: cuál es la clave para analizar la conveniencia de la inversión.
Si bien no existen repuestas lineales, algo que ayuda a entender este complejo escenario es reconocer el epifenómeno, es decir, el conjunto de galeristas, art dealers, publicistas y curadores, que son el nexo entre artista y público, más algunos datos de la historia reciente mientras se observan las tendencias que serán parte del futuro.
Por ejemplo, la suba en las cotizaciones, cuando responden al natural revalúo de la obra, asegura un crecimiento menos espectacular aunque más sólido en el tiempo que cuando es parte de especulaciones financieras o movidas de marketing.
Esto se puso en evidencia en el boom de los años 80 y los excesos practicados mediante las compras guiándose tan sólo por la especulación financiera. Aquel fenómeno desembocó en una desaceleración de ventas y precios en el mercado del arte que duró hasta 1997, año en que se produjo una recuperación de la confianza de los inversores, y cuando las casas subastadoras, ferias y galerías serias regresaron a un mercado más creíble, ya depurado del fenómeno «yuppie» que lo había afectado. En ese momento, el panorama de la inversión en arte comenzó a ampliarse y también, por qué no, a popularizarse.
El fenómeno sigue teniendo continuidad y crecimiento a partir de entonces: las subastas adquirieron otro protagonismo en los medios de comunicación, tanto la prensa en todas sus formas como el multimedia, desde donde se comenzó a informar sobre los precios alcanzados por algunas obras, sobre todo las más resonantes.
Los estudios de planificadores financieros empezaron por ese tiempo a tomar especialistas para incluir al arte en sus carteras de inversión, estudiando sus variables de rentabilidad como las de cualquier otro activo, aunque aplicando términos de referencia que son afines a esta particular opción.
Al mismo tiempo, muchos posaron con más interés su mirada en las promesas del futuro, es decir, los artistas más jóvenes, dando origen a la franja de «emergentes», como se conoce a la categoría que engloba a los que serán, de lograrlo, los consagrados del futuro.
A largo plazo se obtienen los mejores resultados económicos. Esto se ve con mayor claridad en la mencionada franja de emergentes, debido a que la diferencia de valor entre el momento de lanzarlos y los primeros cinco años es de un porcentual muy elevado, aunque se parta de cifras iniciales pequeñas.
Las tendencias de ese amplio espectro que compone el llamado Arte Contemporáneo crece en las subastas mientras que se multiplican las opciones, ya que en las casas más importantes se incorporan nuevos soportes y obras de artistas de otras latitudes, como ocurrirá en las próximas subastas de Asia Central y el sudeste asiatico que se realizan este mes en Londres y Nueva York.
Desde los 80 las incorporaciones a los precios más altos corresponden a obras del período Abstracto Informal Norteamericano y Europeo, Abstracción Geométrica y Optica, Figuración de la posguerra, Los Minimalistas, Los Clásicos Conceptuales, el»Arte povera», el «Arte objetual», las Instalaciones y, entre los soportes más recientes, la música digitalizada, las películas y videos difundidos a través de Internet, el cine interactivo, donde los espectadores pueden opinar y reflexionar sobre temas de debate y actualidad en el ciberespacio, y cada vez más complejos objetos artísticos formados por artilugios eléctricos, sensores y diodos, emisores de luz (LED), aparatos reproductores de música MP3 y otros.
Un futuro en el lenguaje del arte y sus cotizaciones que aún se hace difícil de percibir en su total dimensión, y que invita a ser vivido abriendo la mente a la pura percepción.
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