Ése fue el momento en que decidió dar un timonazo en su vida y arrancar, como se dice, otra vez de cero.
Tenía un buen trabajo como gerente comercial, una mujer con la que se había casado hacía más de 20 años y dos hijos. Del departamento había dado el salto a una casa en un barrio cerrado. Pero él argumenta que le faltaba «un poco más, como dice la canción de La Mississippi; había un hueco sin llenar y no sabía qué».
El balance que suele hacerse cada fin de año también aparece en la mitad de la vida. Los expertos en psicología dicen que las crisis no son cronológicas, sino más bien históricas y subjetivas. Pero la mitad de la vida, coinciden, es una etapa clave. Una transición que llega de la mano de un replanteo íntimo que puede aparecer a cara descubierta, disfrazado o reprimido. Pero que estalla con la misma pregunta: ¿y ahora qué? «Se cuestionan los mandatos, las creencias, los ideales. Y el deseo aparece como motor de cambio -dice la psicoanalista Alejandra Marroquín-. Algunos las llaman crisis vitales, asociadas a lo que se espera de un hombre o una mujer en determinada etapa. Algunos pueden reafirmar los mismos deseos e ideales. Otros dan un vuelco de 180 grados.»
Para Guillermo Beade, el cambio fue en todo sentido. «Me separé de mi mujer, largué mi laburo en relación de dependencia, puse una vinoteca, me volví a casar y tuve dos hijos más. No me arrepiento -advierte-. Es un momento donde uno vuelve a elegir. Y también aparece el temor a la vejez, hay que reconocerlo. Algunos se les da por subir el Everest o cruzar a nado el Río de la Plata. Lo mío fue un proceso más interno.»
El deseo de querer vivir mejor, según los expertos, se abraza con mayor vehemencia en esta etapa de la vida. «En una entrevista que le hicieron a Paul Auster hace algunos años, en Madrid, dijo que a partir de sus 50 años, hubo cambios en el perfil de los personajes de sus novelas -trae a colación la psicóloga Susana Mauer-. Argumentó que encontrarse más cerca de su muerte que de su nacimiento había producido en él un profundo deseo de cambio. Por ejemplo, el contacto con su propia finitud le permitía ahora dejar que sus personajes murieran. Pero lejos de melancolizarlo, eso lo estimulaba a querer vivir mejor.»
La conocida crisis de la mitad de la vida, refuerza Mauer, plantea casi una pregunta crucial: ¿Cómo quiero vivir? ¿Cuál es mi proyecto?
Después de haber recorrido más de la mitad de la vida, hoy las cosas ya no parecen inamovibles, como podía suceder treinta o cuarenta años atrás. Y entre los argumentos que posibilitan ese timonazo, la especialista se centra en algunos conceptos clave, como el debilitamiento de la familia patriarcal nuclear y los vertiginosos cambios de paradigmas en el funcionamiento social, que generaron mayor permeabilidad a la variación.
«La globalización y el entrenamiento que tenemos en estas latitudes para soportar crisis como la de 2001 también nos fueron curtiendo -agrega Mauer-. Sucede que esas transformaciones, a veces deseadas y otras no tanto, plantean nuevos horizontes y le hacen lugar a la novedad, al cambio.»
Otras veces, los replanteos ocurren en el campo afectivo. Y aunque los expertos insisten en que las generalizaciones no tienen lugar, reconocen que las segundas vueltas en el amor (sobre todo en los hombres separados ya maduros) suelen recaer sobre mujeres jóvenes como una forma de desvanecer su envejecimiento o el horizonte de la finitud.
De la mano de ese nuevo amor, llega la nueva paternidad. Cambiar pañales después de los 50 ya no es algo extraño ni llamativo. Sólo en la ciudad de Buenos Aires, más de 620 hombres han sido padres el año pasado luego de haber recorrido más de la mitad de sus vidas. Y la pregunta del millón: ¿está bueno ser padres después de los 50? Desde una mirada psicológica, los expertos coinciden en señalar positivamente estas elecciones cuando son sostenidas por el deseo, y cuando existe la firme convicción de que ese hijo será la proyección de ese amor.
«Hoy, la expectativa de vida roza los noventa años. «Rellenar» tantas décadas con un solo trabajo, un solo amor, un par de hijos y una vivienda estable en un lugar de nuestro planeta no parece sencillo, ni por decisiones internas ni por circunstancias externas -reflexiona el doctor Mario Sebastini-. Los que peinamos canas hemos ansiado llegar a la tercera edad como objetivo de vida, pero ahora debemos lidiar y aprender a vivir en la cuarta edad, que, de manera irreverente, se nos ha agregado como un nuevo desafío. Nuestra educación nos imponía el deber moral de tener un amor para toda la vida. Pero aprendimos que los amores duran toda la vida de ese amor, y así es como se van sumando amores, relaciones, hijos, cuñados y suegros. Hoy, la viñeta más premiada por la sociedad no es la de la pareja estable, sino la de aquellas familias en las que pueden convivir los de ayer, los de hoy y los de mañana en una relativa armonía.»
Fabián Rinaldi (51) es abogado y padre de cuatro hijos. Valentina (21), Marcos (17), Benjamín (15) y, en tres semanas, llegará Catalina, fruto de su amor con Eugenia Simonetti (35), su nueva pareja, dieciséis años menor que él. «Yo sentía que mi vida en ese aspecto ya estaba satisfecha, una etapa cumplida. Pero ser padre nuevamente me ha dado un impulso vital. Por un lado, me preocupa la diferencia generacional, y por otro me doy cuenta de que, con los años, aprendés a darles a las cosas la importancia que realmente tienen. Mi objetivo ahora es poder medir el tiempo en «horas Catalina». Quiero aprovechar para estar con ella y disfrutarla. La vida me puso nuevamente a prueba. Estoy feliz y tranquilo.»
CAMBIOS, NO RUPTURAS
Los cambios no necesariamente implican rupturas. Los volantazos en la vida suelen separar con más o menos violencia de las cosas, y de la gente. Hay uniones que se deshacen, pero relaciones que no se interrumpen. Se modifican. Incluso, evolucionan. «Lo fundamental es que los cambios sean genuinos -coinciden Marroquín y Mauer-. La satisfacción plena nunca aparece, y pararse de otra manera en la vida no significa divorciarse de todo el pasado; la filosofía de lo descartable no tiene nada que ver con esto.»
Lo de Fernando García Balcarce, según argumenta él, tampoco tuvo nada de la clásica crisis vital. O sí, dirá después, porque todo comenzó luego de que una operación de ligamentos lo pusiera al borde de la muerte. Tenía casi 40 años, dos hijos pequeños y una agencia de turismo con su ex mujer. De repente, estaba solo, durmiendo en el hostel de un amigo y sin trabajo.
«Después de la operación empecé a reflexionar sobre todo y comencé a darme cuenta de que las cosas que eran el pan de cada para mí las estaba dejando de lado. Comencé a revisar mi historia. Estaba estancado, y quería salir de ahí», confiesa. El cambio fue rotundo. Volvió a tocar, creó su propia empresa de servicios técnicos y construyó una mejor relación con su mujer y con sus hijos.
» Fue un vuelco que me hizo evolucionar. Soy un padre con más confianza, un hombre con proyectos. Tengo 40 años, pero siento que recién arranco.»
PADRES (OTRA VEZ) CON MÁS DE 50 AÑOS
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En octubre del año pasado nació Antonia, su cuarta hija. «Yo nunca había presenciado un parto y la verdad es que fue increíble», dijo por Twitter el jefe de gobierno porteño
- Francisco De Narváez
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A los 57 años nació su sexto hijo, Antonio, que hoy juega con su nieto Paquito, hijo de su primogénito, Francisco, de 36 años
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Las tres hijas del afamado tenista argentino, Andanin, Lalindao e Intila, llegaron después de sus 50 años. «Mis hijas hacen lo que quieren», confesó
Roberto Pettinato
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Tiene cinco hijos: Homero, Tamara y Felipe, de su primer matrimonio; y Lorenzo y Esmeralda (4 y 2), del segundo
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