San Rafael, Mendoza viernes 22 de noviembre de 2024

El cerebro de un paciente ‘anónimo’ permitió identificar el área del lenguaje. Se trata de Louis Victor Leborgne, un artesano francés

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En 1861, el neurólogo Paul Broca presentó ante la Sociedad de Antropología de París el cerebro de uno de sus pacientes, fallecido pocas semanas antes en el hospital Bicetre de la capital francesa.

Aquella presentación, basada en la autopsia de aquel hombre que había perdido el habla, sentó las bases sobre el estudio del área cerebral que controla el lenguaje. Hasta ahora, aquel cerebro pertenecía a un paciente anónimo del que únicamente se conocía su apellido, ‘monsieur Leborgne’. Un historiador polaco acaba de sacarle del anonimato.

El cerebro más famoso de la historia de la Medicina, que se conserva todavía en el Museo Dupuytren de Anatomía Patológica de París, corresponde a Louis Victor Leborgne, un artesano francés que perdió el habla después de sufrir un ataque de epilepsia, una enfermedad que le aquejaba desde su infancia.

Las conclusiones, que pueden leerse en el último número de ‘Journal of the History of Neurosciences’, han sido posibles gracias al celo detectivesco de Cezary Domanski, especialista del Instituto de Psicología de la Universidad de Lublin (en Polonia), empeñado en ponerle nombre a aquel cerebro que permitió ubicar en el hemisferio izquierdo la famosa área de Broca.

Cerebro de Louis Victor Leborgne.Cerebro de Louis Victor Leborgne.

Rebuscando en viejos archivos documentales del siglo XIX, Domanski descubrió el certificado de defunción de un tal señor Leborgne, fallecido el 17 de abril de 1861. A partir de ahí, sólo tuvo que tirar del hilo.

Descubrió que, al contrario de lo que se había pensado durante muchos años, el paciente sin habla no era un analfabeto, sino un curtidor de zapatos, hijo de dos maestros, nacido en 1777 en Moret-sur-Loing, «una pintoresca localidad que sirvió de inspiración a artistas impresionistas como Monet o Renoir», señala la investigación.

Leborgne vivió y trabajó en París hasta que a los 30 años uno de los ataques de epilepsia que sufría desde la infancia le dejó definitivamente si habla. En aquella época, aquel problema de salud fue suficiente para provocar su ingreso en el hospital de Bicetre sólo un par de meses después de dejar de hablar. Allí pasaría los siguientes 21 años de su vida; justo hasta su muerte.

Tras 10 años hospitalizado, una parálisis en sus extremidades del lado derecho y la gangrena provocada por la postración obligatoria que vino después, le trasladaron al área quirúrgica del hospital en la que trabajaba ya desde hacía algunos años el doctor Broca.

Poco antes de conocer a Leborgne, el neurólogo francés ya había presentado algunas de sus hipótesis sobre la localización anatómica del lenguaje en el cerebro en el lóbulo frontal. La muerte de Leborgne, cuyo único sonido en 21 años había sido la sílaba ‘tan’, vino en auxilio del neurólogo, que pudo confirmar sus observaciones durante la autopsia que le hizo al cerebro del paciente.

Por qué Broca anotó únicamente el apellido de su paciente, dejándole en el anonimato durante más de siglo y medio, sigue siendo un misterio, como reconoce el investigador polaco; que reconoce que en aquella época era habitual que se consignasen todos los detalles personales de los pacientes, haciéndoles famosos en algunos casos. Ese anonimato había hecho surgir decenas de teorías sobre la identidad y los orígenes familiares de Leborgne, que el estudio polaco ha permitido desmentir.

«La presentación de Broca en la Sociedad anatómica de París con la autopsia de Leborgne es considerado el momento clave en el estudio de la afasiología [que aborda las patologías del lenguaje]», concluye el estudio. Las observaciones con aquel primer cerebro fueron posteriormente replicadas con los estudios de otros pacientes sin habla que pasaron por las manos del doctor Broca. Esta nueva biografía ha permitido sacar del anonimato a Monseiur Leborgne y darle el hueco que se merece en la historia. La sílaba ‘tan’ que repetía durante su afasia, podría haber sido alguna reminiscencia de su infancia, cerca de alguno de los talleres de curtir piel que había en la región (moulin à tan, en francés). Misterio resuelto.

María Valerio | Madrid

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