Anoche, cuando faltaban pocas horas para el cierre de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Chile, todavía los 33 países que la integran no se habían puesto de acuerdo en la redacción de la Declaración de Santiago, el documento final.

Ecuador seguía empujando para que se incluyese una cláusula que denunciase (renunciase) al CIADI y habilitase un Tribunal Arbitral intra-CELAC, mientras que Chile pedía reforzar el rechazo a todo proteccionismo comercial. Los dos extremos del carretel, inviables por igual. Y en el medio, la Argentina, con el tema Malvinas y buscando ponerle freno a la iniciativa isleña de convidar a varios de los 33 países para que actúen de observadores durante el referendo del 10 y 11 de marzo, cuando se vote allí por continuar o no con la ciudadanía británica. Mientras tanto, ya había salido la otra Declaración de Santiago, esto es el documento de los 33+27 de la Unión Europea en el que el hilo conductor se entretejía sobre un tramado de cooperación y relación comercial. Dejando lo político y sus pronunciamientos para otras cumbres, o clubes, como la CELAC a secas, que se iniciaba después. En prolijos 48 puntos, luego de dos días de intensas reuniones, ambos clubes (CELAC y UE) reafirmaron su asociación estratégica, el diálogo birregional, el compromiso con el multilateralismo y los derechos humanos, la sustentabilidad y medio ambiente y demás etcéteras propios de estos cónclaves multitudinarios.

Sin embargo, fuera del papel sellado pero registrado en los micrófonos, los mandatarios y dirigentes de uno y otro club dejaron en claro algunos puntos para los oídos de sus contrapartes. Los europeos machacaron, como hizo el comisario de Comercio de la Comisión Europea Karel de Gutch, sobre la necesidad de levantar las barreras comerciales entre ambos continentes. José Manuel Barroso, presidente de esa comisión, pidió por la seguridad jurídica, «imprescindible para las inversiones extranjeras y los intercambios comerciales», expresó ese dirigente de origen portugués. De acuerdo con fuentes de la UE fueron la Argentina y algunos países del ALBA (Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba) los que se plantaron en un «no» rotundo a dejar por escrito este pedido.

Hubo, además, otro leitmotiv, meneado por los europeos: la demora en concretar un acuerdo de libre comercio entre Mercosur y la UE. A ese tratado en limbo permanente se refirió cada uno de los europeos que alcanzó el estrado durante la multitudinaria cumbre. Hasta el británico Ken Clarke, una rara avis dentro del parque temático de la fauna europea-latinoamericana reunido en Santiago, no se privó de pasar la escudilla del Mercosur-UE trabado. «Hace 20 años yo estuve en esas negociaciones, y continúo deseando tengan éxito pero todo sigue en el mismo lugar», dijo Clarke, hoy por hoy el menos europeo de los europeos, porque a pesar de ser un ultraconservador, eurófilo y exministro de Economía, es actualmente ministro sin cartera en el gabinete del euroescéptico David Cameron, que acaba de proponer un referendo para separar a los «brits» de Europa.

Del otro lado del pasillo, los latinoamericanos blandieron los blasones del momento: «Estamos hartos de la crisis», dijo Sebastián Piñera, el presidente anfitrión. «Pero al mismo tiempo estamos viviendo el mejor período de la historia, con más oportunidades de desarrollo y progreso», agregó, no sin destacar que el índice de desocupación chileno está en un 6.8% frente al 26% que midió España, pocas horas antes de que Mariano Rajoy llegase a la cumbre.