El único banco de germoplasma en España, que conserva en Málaga una colección con 700 entradas, investiga la mejora del frutoLa investigadora Carmen Soria, en el Instituto de Investigación y Formación Agraria de Churriana (Málaga) donde se encuentra una colección de variedades de fresas que supera las 700 accesiones.
La fresa que consumimos hoy, la que enriquece postres, ensaladas o se degusta a bocados, tiene su origen en el siglo XVIII en un cruce de especies silvestres en los Jardines de Versalles. Salió de la fragaria chiloensis, cuyas semillas fueron llevadas a Francia desde Chile por el ingeniero militar Amadée Frezier, y de la fragaria virginiana, común en el límite entre Estados Unidos y Canadá y transportada hasta Europa por el explorador Jacques Cartier.
La primera, de color blanco y de mayor tamaño del habitual; la segunda, de un púrpura intenso y fino sabor. De ese híbrido nació la fragaria ananassa, la fresa cultivada desde la que se han desarrollado las variedades que se comen actualmente.
Una muestra de este trabajo de investigación son los 120 ejemplares que hay en el banco por la intervención del Ifapa de Churriana en el proyecto europeo Goodberry, con grupos de otros 10 países. Sánchez Sevilla, junto a las investigadoras del centro Carmen Soria Navarro e Iraida Amaya Saavedra, estudia el cruce entre la variedad española camarosa y la del norte de Europa senda sendana para evaluar las características de las fresas al margen del efecto ambiente. Esos 120 descendientes de la pareja se cultivan ahora en Huelva, Italia, Alemania y Polonia. En este caso no se busca una nueva variedad, sino conocer el genoma de la fresa. El Ifapa, por ejemplo, ha desarrollado marcadores que permiten saber antes de que salga el fruto si este va a tener más o menos aroma.
Estos investigadores tratan de fijar también cuál es el gen responsable del color blanco de la fresa, estudio que se lleva a cabo tras cruzar las accesiones de fragaria vesca 660 (roja) y 596 (blanca) de la colección, que son especies salvajes. El primer descendiente será siempre rojo, pero al volver a cruzarlo consigo mismo, la probabilidad de que sea blanco sube a un tercio. Se trata de comprobar cómo se va heredando el carácter del color y el objetivo último es cómo imponer el blanco en la fresa cultivada.
En el banco de germoplasma de fresa de Churriana se realizan al año entre 100 y 150 cruzamientos que dan lugar a unas 10.000 semillas, es decir, 10.000 individuos únicos que se llevan al campo de Huelva en el mes de octubre para plantarlos y empezar su evaluación. Es lo que se conoce como programa de mejora. De esas plantas, cada año se van eligiendo las que cuentan con las características deseadas y el resto se descarta. El proceso para llegar a registrar una nueva variedad se prolonga entre siete y nueve años, apunta Soria Navarro, que advierte de que el resultado puede no ser satisfactorio. “Al final se puede seleccionar un individuo, dos o, a veces, ninguno”, añade.
A principios del siglo XIX, prácticamente todo el sector de Huelva, que aporta más del 95% de la producción nacional de fresas, se limitaba a cultivar una única variedad obtenida de la Universidad de California. El Ifapa empezó en 2002 los estudios para hallar nuevas fórmulas y animar a los productores a realizar sus propios programas de mejora. Esto ocurre así ahora con la mayoría de las empresas y el centro de la Junta colabora y pone su conocimiento a disposición del sector para aumentar la calidad y buscar un fruto más rojo, más duro o que aguante mejor en exposición. Las variedades autóctonas ya superan la veintena.
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