Es ya una verdad de Perogrullo que vivimos en una sociedad en cambios permanentes. A diferencia de la sociedad pre- tecnológica que se desarrollaba de manera más lenta y daba la posibilidad al sujeto de ir adaptándose natural y tranquilamente a los cambios, desde mediados del siglo XX a esta parte hemos alcanzado un desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación que para algunos (nosotros los adultos mayores) era impensada.

Hoy es imperioso para cualquier persona manejar o conocer estos medios si queremos mantenernos actualizados y capaces de desenvolvernos en un mundo que se mueve al ritmo de estos conocimientos. Significa que estar alfabetizado en estos tiempos es estar alfabetizado tecnológicamente. Aprender nuevas competencias y habilidades que nos “habiliten” para funcionar en un mundo que así lo demanda.

Otro tema es la información. Estamos desbordados de información. Existe una avalancha de información digital y debemos aprender a discriminarla; a seleccionar críticamente lo que es importante de lo que no lo es y estas son funciones primordiales de la escuela. Enseñar a seleccionar la información de manera crítica y transformarla en conocimiento.

Nos encontramos aquí con otra, con una escuela que no logra ponerse al día con estas exigencias; una escuela que se resiste a “aggiornarse” y meterse de pleno en este nuevo sistema que ya está instalado y no piensa dejar de atravesarnos con sus innovaciones vertiginosas. Este desajuste del sistema escolar con esta realidad aumenta la brecha tecnológica entre los que tienen a su alcance el acceso a estos medios y herramientas y quienes están aún lejos de manejarlas con naturalidad por no pertenecer a un contexto favorable y no estar “incluidos” en esta sociedad que sigue expulsando niños y jóvenes y que sigue mintiendo y mintiéndose mientras mira hacia otro lado.

Gentileza Alejandra Pili – Docente – Profesora de Psicología