San Rafael, Mendoza miércoles 24 de abril de 2024

Atención: spoiler

Lo que se ocultaba tras la escotilla de Lost . La identidad del asesino de J.R. ( Dallas ). El resultado del casamiento londinense de Ross Geller ( Friends ). La aparición del gemelo malvado del agente Cooper ( Twin Peaks ). La lápida de Buffy. Carmela Soprano echando a Tony de su casa. Las Torres Gemelas aún en pie en una Nueva York de un universo paralelo ( Fringe ).

Nadie en su sano juicio preferiría saber de antemano estas recordadas vueltas de tuerca televisivas de los últimos treinta años (o sus equivalentes). La gracia, y el recuerdo vívido no sólo de lo que ocurría en la historia, sino de nuestros propios sentimientos ante tal revelación, derivan de haberlos experimentado en vivo. A pesar de la artificiosidad del recurso, que agrega suspenso al resolver un fragmento de la historia con un hecho sorpresivo que pone en peligro al protagonista (o interpone nuevos obstáculos en su camino a su felicidad, que es la nuestra), no podemos sino rendirnos ante el absoluto placer de acompañar el fluir de la trama, de la necesidad de saber: ¿y ahora qué?

Pero no, no todo el mundo piensa lo mismo. No por nada, hay personas que lo primero que hacen cuando eligen un libro es leer su última página. Existe un público numeroso al que la necesidad de saber el «qué» supera con creces la paciencia necesaria para saborear el «cómo».

Hay que reconocer que existen casos en los que la urgencia no es una decisión del televidente: la demora en el arribo de las temporadas a nuestras pantallas, las inexplicables decisiones de programación de ejecutivos «panregionales» timoratos y poco conocedores, las inevitables repeticiones que se trasladan aquí desde los EE.UU. nos cansan a todos en algún momento.

De ahí el caldo de cultivo para la popularización del spoiler , efecto colateral de la consolidación de la historia serializada como soberano de la ficción global. En principio, el spoiler (que en inglés se refiere a algo que arruina o echa a perder; su definición en el canónico Oxford English Dictionary : «La descripción de una parte importante de la trama de un film o un programa de TV antes de que sea mostrado al público») no es más que el viejo y conocido: «¡No me cuentes el final de la película!», llevado a dimensiones apocalípticas por las posibilidades de difusión que otorgan la Web y las redes sociales. Léase: páginas y páginas dedicadas a contarnos todo lo que queremos saber de películas y series y no deberíamos poder descubrir con antelación. Pero lo hacemos. En algún sentido, el spoiler es un metaplacer culposo (ver nota de tapa).

Pero todavía hay quienes quieren cuidarnos de nosotros mismos y nuestras más bajas pulsiones. El caso más enternecedor, por estos días, es el que une a ambos tipos de fanáticos de Game of Thrones : los que leyeron los libros de G.R.R. Martin y los que no. En la era del spoiler alert , es admirable la circunspección que demuestran a la hora de discutir el devenir de la trama y los personajes que habitan la fratricida tierra de Westeros/Poniente, quienes saben qué ocurrirá en cada uno de los capítulos que restan de la popular serie de HBO incluido, claro, el final de la temporada de la próxima semana. Y bastante más: la ficción televisiva sólo alcanza a recrear -en algunos casos, con innovaciones- algo así como un 30 por ciento de lo que se narra en las mastodónticas novelas, todas ellas editadas en castellano tras el éxito de la serie.

La razón más básica está en el intento de preservar el placer original y literario para con su adaptación televisiva, un disfrute distinto pero igualmente satisfactorio (algo similar a lo que ocurría hace unos años con los libros de Harry Potter y las películas derivadas de ellos). Sobre todo, porque, dado que quien esto escribe es de la primera clase de seguidores de la serie, puede asegurar que lo que ocurrirá en el final – ¿spoiler alert? – pertenecerá claramente a la lista de las mejores vueltas de tuerca televisivas del pasado reciente. O eso esperamos con nuestro silencio, que el Acontecimiento Innombrable se desarrolle en pantalla y deje a todos (a quienes saben a qué se refiere incluidos) atónitos ante la pantalla.

Pero hay otra explicación: ni siquiera quienes han leído los cinco volúmenes editados hasta hoy deCanción de fuego y hielo saben quién se quedará en pie o sentado en el Trono de Hierro cuando la carnicería termine; de hecho, preocupa la posibilidad de que ese final, dentro de dos libros, no llegue a escribirse jamás. (Tranquilos: Martin no puede llevarse el secreto a la tumba: ya reveló quién gana el juego de tronos a los creadores de la serie, David Benioff y D.B. Weiss).

El spoiler y el cliffhanger (literalmente «colgando de un acantilado», cuyo uso corriente en inglés surgió tras la vuelta de tuerca central de Un par de ojos azules, la novela de Thomas Hardy, de 1873) son expresiones inseparables de una misma pulsión, aquella de querer ser sorprendidos pero también reconfortados por una narración en la que somos a la vez espectadores y protagonistas. Es más: no hay demasiadas diferencias entre lo que experimenta un fanático de cualquier ficción de nuestra presente era de oro televisiva (digamos, Breaking Bad , o la malogradaLost ) con la ansiedad que propulsó a una turba de seguidores dickensianos al puerto de Nueva York en 1841 para descubrir la suerte de la Pequeña Nell (de La tienda de antigüeda des) de boca de los pasajeros que venían de Inglaterra, que ya habían leído la entrega correspondiente. Ahora, los impacientes usarían The Pirate Bay.

Este esquema, que la TV tomó casi sin alteraciones de sus antepasados, puede experimentar cambios radicales a partir de ahora, cuando el espectador ya no se vea condicionado a recibir una ración semanal de ficción, sino que pueda elegir atiborrarse con una temporada completa de una sentada. De hecho, muchos seguidores de series, imposibilitados de ver varios ciclos a la vez, optan voluntariamente por ayunar y esperar a su edición en DVD.

Experimentos recientes como House of Cards Arrested Development optan por plantear a la temporada completa como unidad de sentido, fragmentable en capítulos sólo si la atención y la vigilia lo requieren. Pero estos nuevos banquetes narrativos -que retoman sus coincidencias con los grandes frescos de las novelas decimonónicas- requieren de la desaparición de variables y riesgos comerciales y artísticos, que para bien y para mal están en el ADN de la TV. Y con ellos, podría argumentarse que desaparecerá no sólo una forma de contar, sino también una forma de compartir lo que se cuenta, un rito semanal y compartido que puntúa nuestras propias historias.

Por Dolores Graña  | LA NACION

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