Un grupo de asociados y algunos miembros de la Comisión Directiva del Instituto de Cultura Hispánica de San Rafael, junto con otros amigos, se encuentran de peregrinación en la Madre Patria. ¡¡Esperando que este viaje les sea de mucho provecho y que a su regreso compartan con los demás sus experiencias en el Viejo Mundo!! Estuvieron varios días por Madrid, Ávila, Segovia y Toledo.
Sevilla: la ciudad de días azules
Actualmente, nuestros viajeros se encuentran en Sevilla esa ciudad mágica y encantadora. Van aquí algunas pocas fotos recibidas y algunas líneas para acompañarlos a la distancia desde estos pagos americanos:
Rubén Darío viajó a Sevilla en 1904 en busca del alma de la ciudad. «Aunque es invierno, he hallado rosas en Sevilla», escribe ya seducido desde el primer momento en ‘Tierras Solares’. Pero intuye que la verdadera ciudad está escondida bajo la ciudad de postal, detrás de una máscara folclorizada y vendida al mejor postor como lugar feliz y despreocupado. Darío aparta lo pintoresco, el sedimento colmatado por tanto viajero que le precede y anota: «El encanto íntimo de Sevilla está en lo que nos comunica de su pasado».
Juan Ramón Jiménez en su ‘Diario de un poeta recién casado’ escribe: «En la primavera universal, suele el Paraíso descender hasta Sevilla». Y Julián Marías dice sobre los encantos hechizantes de la ciudad: «En Sevilla los siglos se escapan con huidiza elegancia».
Con el siglo XVI llegó la gran época de Sevilla al convertirse en capital económica del imperio español gracias al monopolio comercial de las mercancías que llegan del Nuevo Mundo. Durante el Siglo de Oro la ciudad suena a vocerío de cazuela teatral, y como donde hay riquezas hay pícaros, aquí fue donde Cervantes encontró a la «flor y nata de la matonería andante», como dijo el ilustre cervantista Rodríguez Marín. Vino como cobrador de impuestos de la Hacienda Real y por asuntos de deudas ingresó en la Cárcel Real de la calle Sierpes, «la peor jaula del mundo», donde algunas tesis apuntan que pudo haberse engendrado El Quijote. De Sevilla se llevó Cervantes un retrato de la condición humana tomando bocetos del natural en un callejero de bajos fondos que le inspira buena parte de sus ‘Novelas Ejemplares’.
En estas cartografías literarias le nacerá a España el gran romántico: Bécquer, el huésped de la niebla, recreador de una Sevilla de brumas, fría y solitaria, tan real como la archicantada ciudad del sol y la alegría. Aquí sitúa las espectrales leyendas de ‘Maese Pérez, el organista, La Promesa y La venta de los Gatos’. «Sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido en los pasos del muy justiciero», escribió de su ciudad natal.
Y en el mismo siglo nacerán los Machado que tuvieron siempre presente el infalible material poético de la nostalgia reelaborando en la memoria una Sevilla «sin mapas ni calendarios» con evocaciones de fuentes, patios y jardines antiguos. Antonio lo anotó en sus últimos versos: «Estos días azules y este sol de la infancia».
Sevilla estrenará el siglo XX con la semilla rebelde de la vanguardia en la revista ultraísta ‘Grecia’ que apostolaba el sevillano Cansinos Assens desde Madrid. En esta revista, junto a Apollinaire, Marinetti o Cocteau, publicó Borges uno de sus primeros poemas con motivo de un viaje a Sevilla en 1920 inspirado por las altas palmeras de la Plaza Nueva.
(Fragmentos tomados de: Eva Díaz Pérez, «Sevilla una ciudad por y para las letras», en: El Mundo, 17-04-2014)
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